Nací en la ciudad encaramada en diciembre del 52. Viví toda mi niñez entre piedrazos y bolas de nieve. La sinuosidad de las escaleras y los inimaginables senderos abruptos que debían conducir a alguna parte, se han hecho huella y evocación permanente en mí espíritu. La enorme montaña que quedaba frente a mi casa, la nº11 de la población americana, pervive en mi inconsciente cobrando vida y nuevos significados oníricos cada cierto tiempo. Con el cura Sánchez realizamos,todos los acólitos, una excursión memorable a ese cerro.Aún me es posible evocar el humo de Caletones, que inundaba pulmones, narices y demases cuando en el verano jugábamos "football" con mi hermano el "Buby", en la "cancha de patines", lugar privativo de la muchachada gringa. Pervive también el olor de los concentradores, el radiante blanco de la nieve y el sabor de las "agujas de hielo". Por años guardé mi honda de madera con la que intenté con poco éxito, romper las ampolletas de los postes del alumbrado de las casas. Era increíblemente dúctil con sus dos tirantes de goma negra, que debieron provenir del hospital; al menos eso creo. Aún no entiendo bien el por qué de un monopatín que teníamos. Colgaba de él a modo de identificación una ficha de baquelita una de cuyas caras era amarilla y la otra celeste. Con mi hermana la Loly, hacíamos helados de manjar en el invierno. Sabíamos escoger el tipo de nieve precisa. No toda la nieve era igual. La había aquella que ya parecía hielo: dura y casi transparente. Otra grumosa, que tampoco servía para los helados. Pero si se sabía escarbar, surgía una nieve suficientemente consistente y blanda que se prestaba para el tan anhelado fin de comer helados a varios grados bajo cero. Los helados los hacímos siempre de noche. No sé por qué, pero era así. Estudié en la escuela nº27, y mis profesoras fueron la "miss Ema" y la "miss Margarita". ¡¡¡¡ No saben cuánto deseo saber de ellas!!!. En Sewell amé por vez primera. Un amor silencioso pero fiel, amor no manifestado pero candorosamente sentido. Tal vez ella supo que yo la quería. El amor tiene eso de misterioso que trasciende y permanece en el tiempo, y uno lo revive con ternura y candor. Este amor lo guardo con cariño. Habiendo nacido en las entrañas de la montaña, deseo agradecer a todos aquellos que me alimentaron con amor y me educaron; para esto encarnaré en tres personas este agradecimiento: mi tía Eliana Montaldo, mi tía Florencia Campbell y mi "gancho" Raimundo Vásquez. Sewell es para mí entraña, historia, evocación, vida y augurio. Un abrazo a todos mis coterraneos sewellinos.
Nelson Montaldo Lorca