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Quiso cerrar la puerta. Su mano temblorosa denotaba cierto hastío. La puerta pareció cerrarse, pero no lo hizo. Su mirada perdida y su pelo cano, no daban cuenta de su espíritu raído.

Algo había en esos ojos negros. Algo. Eran destellos que los ponían oscuros de deseos idos y brillantes por lo vivido. La puerta pareció cerrarse, pero no lo hizo.

El frío afuera era intenso. Partía el alma, pero no el hechizo. Pudo mirar con nitidez ese paisaje agreste de altura y de muslos indios. Muslos rozagantes que le hicieron henchir el pecho y soñar con fundirse entre ellos, para vencer el frío. El capitán entró en el cuarto simple de piedra y páramo. Se acomodó lo mejor que pudo y se dispuso a esperar a la “chola” que le habían prometido. La puerta pareció cerrarse pero no lo hizo.

“¿Por qué ahora, al querer, ya parece que no quiero?” “¿Por qué si siempre pude, aunque fuera a rebencazo, ahora parecen reventar mis sienes y menguar mi libido?”. Articuló este pensamiento y ya pronto ni siquiera pudo retenerlo. Una batahola de ruidos e imágenes hicieron presa de toda la nitidez lograda en retazos de su día, que escurría entre lluvia, espasmos y aquellos ojos salpicados de destellos vivos.

Se sacó la guerrera de campaña. Hizo lo propio con la pistola al cinto. Las botas se desprendieron con desorden. Pudo percibirse joven, erguido, lleno de vida. “Un semental, campeón. Todo un semental”. Se desabrochó a medias la camisa y se tiró en el lecho. Añoró la tibieza deseada. Cerró los ojos y sintió. La puerta pareció abrirse.

El chamanto de vivos colores, lo cubría casi entero. Tembló su cuerpo y el llamó con voz postiza: “Ven, ven; te quiero aquí. Aquí conmigo”. No hubo respuesta alguna. Su cuerpo siguió temblando. Apeló entonces a aquella voz de mando que por tanto tiempo lo había acompañado: “Ven aquí. Te necesito. ¡¡¡¡ No ves que tiemblo de frío!!!!”. Su desgreñado pelo, su figura cansada, sus manos quietas; permanecieron más allá del grito, del temblor y del frío. Entonces guardó silencio y abrió los ojos. Hubo un destello intenso de negrura, de tiempo, de deseo espurio.

Pudo abrazarla entonces. Abrazarla entera con sus manos fuertes. Con sus ojos negros, con su pecho henchido. La quiso besar sintiendo en cada beso, lo suyo: grandeza, jovialidad, juventud y el poder de vencerlo todo con solo proponérselo. Hacerlo como entonces, como ahora. Como siempre pudo. Ya sin guerrera, sin pistola, sin charreteras ni insignias de mando. Desnudo. Así desnudo e inmenso. Inmenso con ella, entre sus muslos gruesos y sus pechos tibios.

Quiso cerrar la puerta, su mano temblorosa denotaba cierto hastío. La puerta pareció cerrarse, pero no lo hizo.

Texto agregado el 19-10-2009, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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