Ella mordió con delicadeza una empanada “caldúa”. Sobre su traje de “china”, brotó intenso el aroma del “pino” derramado. Su rubor, tal vez, su desconcierto; fue percibido por el cabro que silenciosamente se desvivía por ella . Presuroso y agitado, redundante de gozo, manoteó unas servilletas y quiso auxiliarla. Casi lo logra. El grito de una tía de ella, lo paralizó: “¡¡¡¡ Noooo, déjalo así….No se te ocurra, muchacho!!!!! Y tú, vamos. Acompáñame. Ya te lo cambio !!!!!.
La niña mientras era asida de una mano y mantenía en la otra la empanada; volteó a mirar con afecto al cabro que la había cubierto entera con cariño. Para él, que a través de esa mirada supo que había cielo; el aroma del “pino” desde entonces le sabe a pálpito y susurro, a corazón latiendo fuerte, a amor que pudo ser, a manos sudorosas, en fin, a servilletas decoradas con cordiales diseños.
Habiendo transcurrido mucho tiempo, y ahora que es hipertenso y cardíaco; solo el aroma le basta… más, podría matarlo.