Me lanzaron a la vida una noche lluviosa a fines de mayo en un año perdido del siglo pasado. Nací en el fin del mundo en un período plagado de conflictos políticos, luchas de clase y poder. Nada tan distinto a lo que vivimos hoy en día, lo que lo diferencia es que ahora todo es más oculto.

Crecí a las afueras de Santiago encaramada en árboles y cercas junto a mis hermanas y amigos. Los juegos fueron mi mundo hasta que me di cuenta que mis caderas eran más anchas y que en mi pecho se empinaban un par de insipientes montañas que desafiaban la gravedad.

Fui una niña de formación católica hasta los huesos ¿Y quien no, si se lo pasa toda la vida entre colegios de monjas y universidades católicas? A los veinte años me rebele al mundo, la iglesia y mi familia.

Tenía veinte cuando me case como parte de de mi insubordinación. Esa noche de bodas llegue al hotel con unas cuantas cosas, las que más recuerdo son un camisón blanco transparente y una muñequilla que me resistía a dejar en la casa de mis padres, la perfecta unión de la seudo mujer y la niña que aun era.

El día más hermoso de mi vida fue cuando de mis entrañas salió otro ser; una linda y deleznable niña que ahora se ha convertido en mi mayor aliada y mi mejor amiga.

El día más triste; cuando murió la ilusión de la familia perfecta y mi familia de papel y muñecas se disgregó.

Ahora soy feliz; estoy enamorada del amor, de la vida, de mi hija y de ese hombre que comparte mi existencia.

¿Y el resto? Se verá con el tiempo. Ante todo quiero construir mi vida y ser feliz.