Francisco es el Baco bueno. El de los monitos animados con laureles sobre su cabeza, bailando muy contento con una sonrisa bonachona, desparramando el vino por todas partes, generoso como el del cuadro de Velásquez, brindando con griegos perfectos y con los viejos borrachos de la cantina. Los conoce a todos y, triste, se obliga a confesar sobre aquellas sabrosas inconciencias y conciencias que le dan vida, pasión; que colorean y oscurecen el tiempo que parece inatrapable. Casi maldito me advierte violento sobre algo importante que habita en el instante, en el momento fugaz, en el momento fugitivo; en la contradicción aparente del tiempo que se vive, tan despierto y presente y a la vez tan lejos y dormido. Anhela y recuerda cosas que no existen… y me recuerda a mí que sí importan.

Renzo Morbiducci P.