Ya no tengo quince años, lo digo porque al releer mis escritos reconozco en ellos al quinceañero perdidamente enamorado que debí haber sido. Pero a los quince años aunque sí me enamoré, no tuve tiempo, gracias a Dios, de escribir una sola línea.
Han pasado más de treinta años, pero aquellas líneas fantasmas que tenía que haber escrito entonces vuelven ahora a ocupar mi cabeza obsesivamente. Esas mismas líneas anacrónicas, fieles e inoportunas de hace más de treinta años las escribo ahora con el agravante de que el pudor y el miedo al ridículo han ido creciendo dentro de mí y arrasando cualquier atisbo de frescura.
Con toda seguridad mis textos hablarán de amor y las más de las veces sonarán como las cursis baladas de mi Perales. Soy un quinceañero con cincuenta años y la culpa de todo, claro, la tiene Beatriz. Mi Beatriz.
Disculpen la exaltación, los gritos y las ganas.
Disculpen las incorrecciones semánticas, sintácticas, ortográficas y demás incorrecciones esdrújulas que seguro cometeré, pero si ustedes conocieran a Beatriz no creo que pudieran andar pendientes de la concordancia de número en las oraciones subordinadas.
Entiendo que leyendo esto no entren muchas ganas de mirar mis escritos. Y el que con buen juicio así actúe, disculpado queda.
Al resto enhorabuena por estar enamorados.