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Cuando llegó a su departamento y abrió la puerta se encontró con el sobre que portaba la invitación para la fiesta, junto a una nota de su amigo, que le recomendaba que no faltara porque la misma sería algo impresionante. No es frecuente ser invitado a una fiesta de más de quinientos invitados, y esa era una muy buena oportunidad para entablar nuevas relaciones con gente de la alta sociedad.

Para Ignacio las fiestas no eran algo que le entusiasmaran demasiado, y últimamente se sentía bastante decepcionado después de haber terminado con Elena, ahora su ex novia, pero evidentemente esa era una relación que jamás llegaría a buen puerto. Elena era impulsiva y lograba conseguir todo lo que deseaba en la vida y él siempre tendía a conformarse con las cosas sin impacientarse demasiado, y esto no era tolerado por Elena.

No obstante Ignacio pensó que no podría defraudar a su amigo, solo que debería preparar su atuendo dado que no podría ir de sport, por lo cual era un problema a resolver, dado que había agotado gran parte de su sueldo en comprar esos medicamentos para su padre. La única solución era ir de compras con la ya abultada tarjeta de crédito, pero otra cosa no se le ocurría.

A la mañana siguiente se dirigió al centro para ver que ropa podía conseguir, después de caminar durante toda la mañana, y comparar precios, decidió la compra, de un traje cruzado azul oscuro, una camisa blanca para utilizar con gemelos, una corbata con un pañuelo al tono para colocarlo en el bolsillo del saco, y un par de zapatos de cuero negro. A pesar de haber recargado su tarjeta Ignacio se sentía gratificado por la compra, a pesar de no saber en que otro momento podría utilizar ese elegante traje, quizás en su graduación como médico pero esa fecha por el momento se encontraba bastante distante.

El día de la fiesta había llegado, Ignacio se miró al espejo portando todo su atuendo y pensó que evidentemente la ropa elegante por algún motivo gratifica a las personas, luego bajó y un auto lo esperaba para llevarlo. La noche estaba espléndida y una impresionante casona de Belgrano rodeada de un parque gigantesco iluminado con muy buen gusto, daba un marco perfecto para la ocasión, en cuanto ingresó una orquesta dispuesta bajo una carpa blanca se hacía escuchar en tanto un impresionante número de mozos con impecables guantes blancos provistos con fuentes plateadas repartían a los invitados unos coloridos canapés y champaña servidas en una altas y delgadas copas, Ignacio pensó que bien había valido el gasto, porque todo ese despliegue de suntuosidad no era frecuente en su vida, por lo cual lo mejor sería disfrutarlo.

Los invitados continuaban llegando en lujosos automóviles, en tanto un recepcionista uniformado de guantes blancos y galera, habría las puertas para que las elegantes señoras bajaran con cuidado para no estropear sus largas faldas.
Ignacio decidió ingresar al salón en donde una enorme araña de cristales iluminaba una mesa repleta de manjares, todo allí era abundancia, y elegancia.

La escalera principal de mármol de carrara lucía una alfombra roja sujeta con pasadores de bronce, por donde se esperaba descenderían los novios.

Ignacio aún no había visto a su amigo promotor de la invitación, y decidió ubicarse en un lugar estratégico por donde salían y entraban todos los mozos con sus bandejas, desde allí podía contemplar el parque y el salón al mismo tiempo en tanto disfrutaba de una copa de champaña y de tanto en tanto unos exquisitos canapés aptos para los mas delicados paladares.

De pronto alguien apareció en lo alto de la escalinata, y comenzó a bajar delicadamente por la misma, era una muchacha, de pelo negro recogido, y un vestido también negro con vivos brillantes que delineaban una silueta impecable, resaltando su tez blanca y rozagante. A Ignacio le dio un vuelco el corazón al ver esa joven que deslumbraba por su elegancia, y sus ojos serenos demostraban un espíritu cautivador. Ignacio quedó perplejo, sin poder quitar sus ojos de esa muchacha que parecía no pisar la alfombra al descender por la escalera. ¿Quién era esa mujer, se preguntó Ignacio?, seguramente alguien de confianza de la casa se dijo, pero justamente cuando elucubraba estos pensamientos, sintió que lo empujaba con suavidad desde atrás, era su amigo que con una amplia sonrisa le dijo.

─ Me alegra que te hayas decidido a venir,… esta fiesta será inolvidable

─ Sin duda dijo Ignacio, en particular pienso que la voy a pasar muy bien.

No terminaba de decirle esto a su ocasiónala anfitrión, cuando dos señoritas se lo llevaban tomadas del brazo a su amigo, hasta perderse entre los invitados, que ahora formaban una verdadera multitud.

Luego de este fugaz encuentro con su amigo Ignacio comenzó a buscar con su mirada a aquella encantadora muchacha de la escalera, pero con la cantidad de gente que había, no la podía ubicar, entonces comenzó a caminar, abriéndose paso entre la multitud que reía y charlaba animadamente.

Ignacio se dio cuenta entonces que la casona era realmente inmensa, y que la reunión se extendía por varios salones, decorados majestuosamente. Al cabo de un rato se encontraba totalmente perdido por esas salas repletas de personas, y por más que se esforzaba en encontrar a esa muchacha, la misma parecía que se hubiera esfumado.

En un momento le pareció verla de espaldas, pero cuando la quiso alcanzar, sin pensar si quiera que le diría, para poder entablar una charla, se apagaron todas las luces y un suspiro de asombro generalizado se hizo sentir, cuando unos potentes reflectores iluminaron aquella escalera, mientras la orquesta hacía sentir los acordes de la tradicional marcha nupcial.

Eran los novios que hacían su aparición, mientras la gente próxima le arrojaba puñados de arroz, y los gritos infaltables de ¡vivan los novios!, ¡vivan los novios!.se hacían sentir en todo los rincones de la casa.

Luego de la aparición de los novios, la fiesta retomó su entusiasmo, e Ignacio prosiguió con su búsqueda.

Ignacio estaba exhausto de recorrer salones, y decidió interrumpir aquella búsqueda infructuosa, entonces decidió salir al parque, para tomar un poco de aire fresco, que para esa altura de la noche su esperanza de encontrar a la muchacha era casi nula.

De pronto lo inesperado, a unos cuantos metros, bajo una pérgola iluminada por unos faroles, una joven de pié miraba como la luna se reflejaba en la superficie del agua de una fuente franqueada por dos robustos leones de piedra. Ignacio no podía creer que allí se encontrara la joven que lo había impactado de tal modo, en ese lugar apartado del bullicio y sola.

Esperó unos instantes, tomó coraje, y se dirigió al lugar, en donde se encontraba la joven cuyo vestido cavado en la espalda dejaba ver su piel suave y blanca como la misma luna.

Cuando llegó allí a Ignacio solo se le ocurrió toser suavemente para llamar de algún modo la atención de la muchacha, que sin mirarlo y continuando dándole la espalda dijo con una voz de ensueño:

─ Te estaba esperando

Ignacio no podía creer lo que había escuchado e inmediatamente recapacitó, que tal vez la joven lo había confundido a él con su novio, que era al que esperaba realmente, y este razonamiento lo defraudó bastante, hasta que la dulce joven se dio vuelta para mirarlo fijamente a los ojos y decirle nuevamente.

─ Si,.. a ti… te estaba esperando.

Ignacio al contemplar la belleza de ese rostro y eso ojos reflejados por la tenue luz de los faroles, perdió el contacto con la realidad, y solo se dejó llevar por ese momento que fue único en toda su vida.

Ambos se sentaron en la orilla de aquella fuente, en tanto a lo lejos se escuchaba una suave melodía ejecutada por la orquesta, ese lugar, la luna y esos ojos de mujer, hicieron sentir a Ignacio estar viviendo un encanto, el timbre de voz de esa dama lo embriagaba con cada frase.
Ella estudiaba, canto, danza y teatro, y pensaba ir dentro de poco a París para perfeccionarse, pero solo si conseguía una beca del conservatorio, por lo cual ese viaje era por el momento solo un deseo.
Ignacio le dijo que estaba por recibirse de médico y que pensaba ir a ejercer su profesión a Bahía Blanca porque allí tenía unas tías que lo habían entusiasmado, para que les atendiera un pequeño campo familiar.
Ella le dijo su nombre,… Cristina, él la tomó tímidamente de la mano. Y juntos bailaron bajo la luz de esa luna, hasta que un impulso mutuo y repentino hizo que se besaran apasionadamente.

Solo las dos fieras de piedra fueron testigo de ese momento de romance, entre Cristina e Ignacio.

─ Quiero que nos veamos mañana, le dijo ella al oído

El le prometió que la iría a buscar si fuera necesario hasta el fin del mundo.

Ella le dijo que no era necesario ir tan lejos, porque su casa daba a los fondos de esa misma residencia, lo esperaría a las seis de la tarde, y para que no se olvidara de la cita se llevaba su pañuelo.

─ Ahora debo irme, le dijo ella, y lo besó por última vez, luego él la acompañó hasta una pequeña puertita de madera, ubicada en un tupido cerco repleto de jazmines, que comunicaba las dos casa, allí la dejó ir, mirándola hasta que ella se perdió con el pañuelo en su mano por un estrecho camino de piedras rodeado de rosales.

Ignacio se quedó allí parado retomando el aliento, pensando que lo ocurrido esa noche, había sido lo mas apasionado que le había ocurrido en toda su vida, la fiesta para Ignacio había concluido de la mejor forma que un hombre pudiera imaginar.

El sol de la mañana, interrumpió el sueño de Ignacio ese domingo, en cuanto despertó el sabor de los labios de esa muchacha continuaba en su boca. Durante todo el día, solo pensaba en ella, esperando el momento de poder volverla a ver, al fin la hora había llegado y se encaminó al encuentro, cuando llegó a ese barrio suntuoso y pasó caminando frente a la casona que se había vestido de fiesta la noche anterior, solo se veía a un gran número de operarios que aún trabajaban reacomodando y limpiando el impresionante parque, un camión estacionado en el frente era cargado con cajas y sillas y pudo observar que la carpa blanca que albergaba a la orquesta, ya no estaba, vino a su mente todo lo vivido aquella noche y su corazón comenzó a palpitar acelerado. Al fin llegó a la dirección indicada por Cristina, y lo sorprendió cuan descuidado se encontraba ese jardín, e incluso la casa, una residencia de dos plantas con un tejado desteñido por el tiempo, y sus amplios ventanales cerrados. La verja de gruesos barrotes, se encontraba cubierta por una tupida enredadera, y el portón de entrada se encontraba cerrado con una gruesa cadena con candado.

Cualquiera podría decir que la casa se encontraba abandonada, pero evidentemente la dirección que le había dado Cristina era esa, por lo cual Ignacio impaciente presionó el pulsador del timbre, ahora solo restaba que se abriera la puerta y saliera a su encuentro esa muchacha, cuyo rostro Ignacio tenía grabado en su mente.

─ Tal vez el viejo timbre no funciona pensó, porque nadie salía a atenderlo y entonces decidió golpear sus manos para hacerse oír, pero fue en vano.
Ignacio comenzó a tener un mal presentimiento, y solo decidió seguir aguardando, al cabo de un rato, golpeo una vez más sus manos, y pudo ver que un pequeño mirador de la puerta principal se abría, alguien lo observaba desde de dentro.

─ Disculpe usted dijo en voz alta Ignacio, quisiera hablar con la señorita Cristina, por favor.

Luego de esto la persona que lo observaba, abrió lentamente la puerta y se hizo ver, era una mujer mayor de pelo totalmente blanco con rodete y pañoleta, bastante menuda, que con la ayuda de un bastón se acercó lentamente a la verja en donde estaba Ignacio, con un manojo de llaves en la mano.

─ ¿A quien dijo usted que busca? dijo la señora, con voz entrecortada.

─ A una señorita llamada Cristina le respondió Ignacio. ─ Quedamos en vernos esta tarde aquí, ¿ella vive aquí verdad?

─ La señora sin responderle, le abrió la puerta de calle y solo le dijo que la acompañara.

Ignacio presintió que al ingresar a esa casa, lo que vería no sería de su agrado, pero aún continuaba en su mente el rostro de Cristina despidiéndose, llevándose con ella su pañuelo, y su esperanza de ese encuentro continuaba vigente.

─ Tan solo habían pasado unas cuantas horas de haber hablado con ella, pensaba Ignacio, ¿Qué le podría haber ocurrido en tan poco tiempo? Ignacio no quería continuar con sus malos pensamientos, pero la actitud de esa anciana lo preocupaba sobremanera.

Al ingresar a la sala de esa lúgubre casa lo que vio Ignacio corroboró su mal presentimiento, sobre un piano de cola ubicado casi en medio de la sala se podía ver una fotografía, al acercarse Ignacio la vio allí a Cristina posando con su vestido de fiesta, el mismo con el que él la había conocido la noche anterior, y junto a la fotografía un par de zapatillas de baile.

─ Donde está ella le dijo Ignacio a la señora, en voz desencajada, sabiendo que lo que la mujer le diría no lo querría escuchar.

─ Hace dos años que ha muerto,… le dijo la anciana con lágrimas en los ojos, era mi nieta, justamente anoche se han cumplido dos años de aquel fatal accidente, el avión en que viajaba no llegó a París jamás, era su ilusión de toda su corta vida, ir a Paris para perfeccionarse en danza y teatro.

A Ignacio se le desgarró el corazón, y solo atinó a salir corriendo de esa casa, sin querer saber mas nada de esa fatal historia. Su mente no podía asimilar lo que había vivido tan solo hacía unas pocas horas, la voz de esa muchacha ocupaba su mente como si lo ocurrido hubiera sido un encuentro inevitable de dos almas que se enamoran perdidamente pero que forman parte de mundos diferentes.

Al salir perturbado como estaba de esa casa, su mano fue rasgada por un rosal, y una gota de sangre rodó por su dedo, al mirar que lo había lastimado, pudo ver sujeto de ese mismo rosal a su pañuelo el cual había sido retenido por Cristina en garantía de que él acudiría a la cita.

Tal vez Cristina también había cumplido con su cita esa tarde.











Texto agregado el 01-04-2005, y leído por 133 visitantes. (0 votos)


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