Traición entre asesinos
Caminábamos por la calle mirando hacia abajo con mi inseparable amigo Pedro. Habíamos cometido un asesinato implacable, y desapercibidos intentábamos pasar
Era un nefasto y nublado día de otoño, donde las hojas caían con ese melancólico color rojizo, entramos al edificio con el objetivo de matar a Marta, ella era la única testigo que presenció el asesinato a María, y si su muerte causábamos no teníamos de que preocuparnos. Entramos al edificio donde el portero nos cedió la pasada, y silenciosamente pasamos a través de los pasillos, subimos las escaleras, y por suerte todos se concentraban en su trabajo. Luego abrimos la puerta de su oficina y en la entrada se encontraba ella, y nos reconoció con rapidez, nos miró con asombro y miedo, una mirada que pedía compasión, sin embargo eludí la mirada, y Pedro y yo disparamos a sangre fría simultáneamente provocándole la muerte instantánea.
Seguíamos caminando por la calle que me torturaba. Lúgubre me sentía, agazapado me encontraba, mis zapatos contemplaba y en mi implicidad me escudaba; en ese momento una patrulla de policías llegó, nos miramos con Pedro intentamos seguir caminando sigilosamente pero los policías nos encontraron metiéndonos al auto policial.
Sabía mi triste destino y Pedro también, ese destino que podía ser mi perdición, sin embargo pensé que ya no existía testigo del asesinato a María, ni tampoco del de Marta, solo éramos sospechosos, nada más. Solo nos harían confesar, pero si nos poníamos de acuerdo con Pedro nos podríamos librar. Le comunique mi plan de negar nuestro crimen al final y el aceptó sin dudar.
Cuando llegamos a la comisaría, nos pusieron en celdas separadas, lo cual no esperaba. Me sentía solitario vagando en un desierto buscando a mi gran amigo Pedro para tener mi apoyo en esta dura lucha que estaba pasando
Pasé horas solitario en la celda, hasta que llegó un inspector, quien me interrogó brutalmente, que de la violencia abuso, ya que yo le era fiel al pacto que hicimos con Pedro de negar la verdad. Al final de la dura interrogación se fue amargado y desilusionado por no haberme sacado la información mientras yo me revolcaba de dolor.
Me quede nuevamente solo, pero ahora me encontraba desamparado, débil, solo viendo cuatro paredes, pase la peor noche de mi vida, en la fría y solitaria cama de mi triste celda.
Al día siguiente me desperté, volviendo a mi desierto donde solo yo me hacía compañía, esa soledumbre que cada minuto me debilitaba más. Y justo en el momento donde me encontraba más débil llegó el inspector nuevamente a interrogarme, siguió con su violenta rutina, pero yo seguía negando, sin embargo esta vez al final me hizo una propuesta, la cual consistía que si confesaba la verdad la pena se podía disminuir a la mitad y se fue.
Después volví a mi desierto bajo las cuatro paredes, y pensé en la tentadora propuesta que me hicieron, llegando a cuestionar si contar la verdad o no, era ovbio que le hicieron la misma oferta a Pedro, y ¿qué pasa si el me delata?, el estaría la mitad de los 30 años mientras yo cumpliría la pena completa, nuevamente la inseguridad se apoderó de mi, me arriesgaba a que Pedro dijera lo que en verdad pasó, la incertidumbre acosaba a mi persona y decidí jugarme la personal.
Al otro día volvió el inspector, en la noche soñé con aquellos tiempos en los cuales jugábamos ingenuamente con Pedro fútbol, pero ahora eran recuerdos que tenía que sepultar en el lugar más frío de mi corazón. Le conté la verdad al inspector, con lagrimas que fluían por mis mejillas, quien me respondió: “Te creo, Pedro me dijo la misma historia a los dos se les pondrá la misma sentencia, ahora los dos se podrán acompañar en sus celdas”.
Entre a la celda donde Pedro se encontraba, quien me miró con una mirada que me pedía a gritos perdón, luego descubrí agua en sus ojos, al igual que en los míos. Al final los dos nos pusimos frente a frente mirándonos fijamente sin eludir nuestras miradas, y dijimos al mismo tiempo: “Lo siento”
Nicolás Bolbarán Blanco
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