Elisa no comprendía la conducta de Alberto de esa noche, ¿que motivo lo había impulsado a contestarle de tan mal modo? A ella que se esmeraba en esperarlo todas las noches con una mesa bien servida, una sonrisa y un beso, tal vez habría tenido algún problema en su ingrato trabajo en el puerto, Elisa, no contestó la ofensa porque sabía que las ilusiones de antaño de ese muchacho impetuoso se habían poco a poco marchitado, para dar paso a ese carácter amargo de los últimos tiempos, sumado a que ella nunca le pudo brindar un hijo, o quizás sería que a esa altura del mes la renta de la pensión aún no estaba al día como de costumbre, y la visita de Don Alfonso el dueño, con su habitual reclamo interminable, había colmado su angustia.
Pero a decir verdad jamás se había dirigido a ella de esa forma, se podría decir que fue un arranque de furia reprimida durante quien sabe cuanto tiempo.
Elisa cenó sola y en silencio esa noche, pensando que tal vez ella era la culpable de que su esposo le hubiera gritado de esa forma, íntimamente sabía que a pesar de ser una mujer ordenada, limpia y abocada a las tareas de su hogar, esto muchas veces no era lo suficiente para conformar a un hombre como Alberto, pero que podía hacer, si todo lo referente al amor, lo había aprendido de ese hombre cuando ambos eran jóvenes.
Elisa recordaba siempre la primera vez que lo vio, le había impactado su estatura y su pelo negro muy brillante, pero curiosamente esa noche a Alberto lo acompañaba una muchacha, y solo la ilusión de ser ella esa mujer afortunada, fue lo que pudo rescatar de esa noche en aquel club del barrio, cuando su ilusión de chiquilina concluyó al llegar a su casa en donde como era costumbre su padre había discutido una vez más con su madre al punto de levantarle la mano.
Recordar esa vida pasada no era grato para Elisa, prefería pensar en otra cosa, y entonces deseaba charlar con su hombre, pero él no estaba allí para escucharla.
Esa noche Elisa soñó que Alberto la abrazaba y la besaba consolándola, para después regalarle un ramo de rosas, y un pañuelo de seda el cual ella se lo colocaba al cuello frente al espejo, en tanto Alberto la contemplaba mientras acariciaba su pelo.
Elisa soñaba y reía sintiendo el placer de darle ese hijo tan esperado por Alberto.
─ Este es nuestro hijo Alberto, aquí lo tienes, un varón, tiene tus mismos ojos y tu mismo color de pelo.
Esa mañana cuando Elisa despertó de su sueño fugaz, la realidad le golpeó la cara, Alberto ya se había marchado, dejando sobre la mesa de luz, unas monedas para las compras, y un puñado de ropa sucia al pié de la cama.
Al mediodía un policía y dos compañeros de su esposo se presentaron en la pensión, para darle la ingrata noticia. Alberto había sufrido un grave accidente en su trabajo.
Elisa al verlos, comprendió de inmediato que su Alberto jamás regresaría. Cuando los hombres se fueron, Elisa se quedo sola frente a la puerta, luego lentamente se sacó su delantal, lo dobló, y lo dejó sobre la mesa, se dirigió a la habitación y tomó las monedas que quedaban, una vez en la calle, se dirigió al puesto de flores, y compró tres rosas, a Elisa no le alcanzó el dinero que Alberto le había dejado para poder comprar el pañuelo de seda.
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