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Se alejó de la esquina conteniendo las lágrimas. Si alguien lo observaba no habría entendido nada, ya que justamente nada especial es lo que había en ella, nada ni nadie.
Esa nada era la que se le venía a la mente, al acercarse por primera vez, desde ese momento, al lugar en que estuvo tanto tiempo esperándola. Al comienzo con tantas ganas, con ese deseo que lo hacía imaginársela de mil maneras distintas.
Después con rabia y molestia: Le tendría que hacer ver lo poco considerada de su actitud al hacerlo esperar tanto rato en ese primer encuentro. Después, cada vez más con frustración y ese sentimiento que fue avanzando subterráneamente, haciendo que se le cayeran los brazos: desesperanza. También miedo. Miedo a que le hubiera pasado algo grave, quizás un accidente, y que por eso no llegaba; y también el miedo contrario, que no le hubiera pasado nada y que no llegaba simplemente por desinterés, y aún peor para reírse de él. A lo mejor ella era otra, no era la mujer encantadora de la foto que le había mandado con esas palabras: Mírame ¿Te gusto? Quizás ella era mucho más fea y se había avergonzado que él la conociera de verdad, y quizás... no, no podía ser, pero ¿Porqué no? A lo mejor, ( o a lo peor) era un hombre que había fabricado esa identidad, y que le pidió a una amiga que hablara con el esa única vez que hablaron por teléfono, y había logrado tener ese contacto tan íntimo con un hombre como él, que era un hombre bien hombre.
Estuvo muchas veces a punto de irse. En el momento que iba a partir pensaba qué pasaría si ella llegaba unos minutos después y por no poder esperar la perdía para siempre, o peor aún si ella lo estaba observando escondida en algún rincón para poner a prueba su lealtad. Finalmente su organismo lo había obligado a toma una decisión. Sus ganas de orinar se fueron haciendo tan intensas, que no le quedó otra que abandonar ese lugar. Hacerlo ahí en la calle habría sido un espectáculo bochornoso para quien había actuado en todos ese tiempo como un caballero.
Al irse y dejar ese lugar su estado de ánimo cambió y todas sus dudas dejaron lugar a una decisión implacable en su mente: ¡Nunca más! Nunca más le permitiría hacerlo sentir así. Nunca mas sabría de ella. Nunca más abriría ese correo. Olvidaría no sólo el nombre que ella le había dado como el de ella, sino también el que él había adoptado.
Ni siquiera en ese espacio tan privado correría el riesgo de ir a mirar si ella le había escrito. De él se reían sólo una vez. Desaparecería completamente de la vida de ella, donde seguramente nunca llegó a estar, y la haría desaparecer completamente de su vida, donde sí estuvo y había ocupado un lugar tan importante.
Todos esos recuerdos saltaron sobre él al encontrarse nuevamente en esa esquina, después de todos esos meses, en que la había borrado. El lugar seguía igual. Los letreros ilegibles con el nombre de ambas callea, las paredes rayadas y despintadas. Un lugar miserable al que había acudido sólo por amor. A pesar de la falta de nombre de las calles él sabía muy bien que esa era la esquina en que se habían citado. Recordaba cuando hablaron por teléfono que ella le había preguntado, quizás para ponerlo en ridículo, si se acordaba bien del lugar del encuentro. ¡Cómo no se iba a acordar! Todavía lo tenía tan claro en su mente. Incluso le salto a la memoria cuando se dio cuenta que lo había abandonado y le pareció tan simbólico de como cambió su vida en esos momentos.
Compañía, era lo que le había parecido por fin, encontrar cuando creía que iba a llegar en el momento siguiente. Huérfanos, huérfano se había sentido en esa larga tarde en que ella no llegó a esa esquina de Compañía con Huérfanos.
(Para los que no conocen Santiago de Chile, o creen conocerlo, pero están tan perdidos como el hombre que esperó inútilmente, Huérfanos y Compañía, al igual que las vidas de esta historia corren paralelas. Nunca se cruzan)

Texto agregado el 16-07-2003, y leído por 231 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-07-2003 Una cita imposible. Me gustó tu relato. pedromarca
16-07-2003 "Nunca se cruzan" Bueno. profugo
 
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