Un frío gélido recorría los amplios corredores que cruzaban el ala norte, se escuchaba como abría las puertas para entrar, peleándose por ocupar las salas con el fuego que en alguna de ellas estaba encendido. Una lucha breve ya que siempre ganaba él. En todas las habitaciones se metía, sin embargo había una a la que nunca se le ocurrió entrar, el lloro de un bebe se lo impedía. Ese lloro era de la hija del rey, una niña de menos de un año, con un cabello todo lleno de tirabuzones rubios como el sol. Siempre lloraba desconsolada, no tenía unos brazos que la cogieran, las amas no tenían el permiso para hacerlo, y su madre nunca iba a verla, le recordaba el momento en que fue concebida. Ante tres brujas pidió un hijo para su esposo, él quería un descendiente, un portador de su corona que continuara con su casa. La reina temiendo que la repudiara echo mano de las brujas. Estas le dieron lo que pedía a cambio de casi nada. - Ja ja ja -rió, y con una expresión de satisfacción en la cara les preguntó. -¿Tan poco vale un futuro rey? Os daré eso y mucho más. Todo lo que queráis- Ese fue su error, le pidieron su sueño, sus ganas de vivir, sus risas, el mañana. A cambio le dieron una hija que nunca podría reinar. Una niña que solo sabía llorar, llamar la atención de cuanto ser hubiera a su lado para que le dieran un poco de calor, no quería el fuego que ardía día y noche, no quería las mantas de la mejor lana, no quería los braceros en su cama con sabanas de franela, no quería la rica leche antes de cantarle una nana para dormirla. En realidad nunca dormía, solo cuando las fuerzas la abandonaban cerraba los ojos y hacía parecer que el sueño la vencía. En unos minutos recuperaba las fuerzas y se iba a caminar un rato por las galerías solitarias. Hacía apenas unos días que había aprendido a andar, con eso le bastaba, unos pasos tambaleantes, imprecisos, llenos de duda. -¿Dónde será mejor poner el pie sobre la alfombra roja o sobre la madera labrada?- Casi siempre se quedaba con la madera, le gustaba sentir la dulzura del barniz que la cubría y la cálida sensación que le trasmitía. En su torpe caminar llegaba siempre hasta a la puerta que el rey utilizaba en sus salidas nocturnas. Por eso tuvo la reina que echar mano de las brujas, el rey llegaba siempre tan agotado que no podía engendrar ningún hijo. La princesa sabía que ella no era hija de aquel hombre que la miraba con un poco de desgana. Ella era hija de un fantasma, de un recuerdo de la reina en su juventud. Su amor primero y más grande, más puro, ya que en su inocencia solo cabía el amor espiritual, etéreo, sin carne de por medio. La primera y única vez que él la besó se terminó todo. La reina estaba comprometida desde su nacimiento y para que llegara virgen a su matrimonio cada mañana las ayas le ponían un poco de carmín en los labios. Un carmín rojo intenso, tentador, pero lleno del más terrible de los secretos, era un veneno que solo podía ser evitado con la ausencia de amor. Por supuesto la amaba muchísimo, más que a él mismo, si es que esto es posible. Y cuando le dio su primer beso, ese lleno de amor, deseo, miedo, asombro y cariño, cayó muerto a sus pies, el veneno era tan poderoso que fue fulminante. Por eso cuando las brujas le pidieron sus ganas de vivir a cambio de un hijo ella no dudó un momento, ya no las tenía, ya las había perdido. Sin embargo con la magia de las hechiceras había conseguido el último resquicio de él, su único amor, su amor verdadero, una hija, una princesita bella y dulce como el único beso que él le dio. Cada vez que la miraba el recuerdo del dolor la trastornaba, no podía verla, no podía cogerla en brazos. Y la princesita deambulando sola por esas galerías oscuras por las que apenas entraba la luz, solo corría por ellas un frío húmedo que llegaba hasta el último lugar del cuerpo haciéndolo quebrarse.
El rey no podía coger a la princesa, sabía que no era su hija, y sin embargo no podía decir nada, no podía abrir su boca y decir esa niña es el engendro del amor no hecho realidad de mi esposa. Un rey con una corona muy particular, sería el descrédito para él y su reino. Si ni siquiera un rey era capaz de hacer que sus hijos heredasen sus territorios como podía hacer frente a los países extranjeros que intentaban invadirlos. No, de ninguna forma podía decir lo que había pasado, esperaría que la reina tuviera otro hijo, un hijo suyo y si esto no ocurría la pobre princesa tendría un terrible accidente que la llevaría a una muerte en plena juventud o quizás antes de que dejara de ser una niña.
Los años pasaban y esa niña seguía sola, totalmente sola, entre encajes y terciopelos, entre sonajeros de plata convertidos con el tiempo en joyas y muñecas de porcelana, entre platos de codorniz y naranjas de la china. Toda una bella cárcel llena de lágrimas y soledad. Y seguía sin dormir, las noches las pasaba leyendo viejos libros llenos de historias fantásticas, héroes legendarios, piratas tuertos, mercenarios a la orden del mejor postor, pájaros sin canto y norias que rodaban alrededor del mundo entero. Una noche de invierno pensó huir, coger solo lo imprescindible y recorrer el mundo en busca de algo, algo que todavía no sabía lo que era, algo que la hiciera vivir y no como su madre que vivía vacía y su padre, un pobre fantasma, que deambulaba por los recuerdos. Por más que intentó reducir el equipaje no consiguió dejarlo en menos de 30 baúles. Con tal cantidad de vestidos, sombreros, enaguas, medias, guantes, sombrillas, blusas, corpiños..., ¿cómo iba a dejar palacio sin ser vista? Imposible de realizar. Tenía que cambiar de planes, se iría solo con una pequeña bolsa, en la que metería su libro preferido, su sonajero y unas semillas de rosas. Dejó su habitación, con sigilo recorrió un ancho pasillo que llevaba hasta una escalinata, bajó y salió por la puerta por la que el rey cada noche abandonaba palacio. Ya no volvería a aquel lugar en que nunca fue feliz.
Consiguió salir del país sin dejar sospechas, hasta pasados unos días nadie se dio cuenta en palacio de su falta. El rey estaba encantado, había desaparecido sin que él tuviera que intervenir, sin tener que hacer absolutamente nada. De esta forma podría dar la corona a uno de sus innumerables hijos bastardos. Solo tenía que pensar cual sería el más indicado para llevar el peso del gobierno. ¿Sería Luis? No, con su carácter débil no sobreviviría ni un solo día. ¿Carlos? Tampoco, es demasiado tarambana. ¿Felipe? No conoce las costumbres de este país, siempre vivió fuera. ¿Alfredo? Es listo e inteligente, pero no sería aceptado, no da la talla. Entonces, ¿cual?
Empezó un caminar, un vagar por tierras extrañas, donde no conocía a nadie, donde se tenía que abrir camino y luchar por su vida todos los días. No sabía hacer gran cosa, solo recordaba las historias que habían llenado toda su vida y las iba contando por los pueblos. Los niños soñaban al escucharlas, las mujeres derramaban alguna lágrima y a los hombres les brillaban los ojos al imaginarse protagonistas de las batallas. Caminaba por carreteras sin asfaltar, entre bosques llenos de peligros, solo rodeada de ella misma. Y seguía buscando algo con lo que llenar su vida, hacer ausente el vacío. Quería las risas y los besos, quería la dicha y los abrazos, los amigos y los hijos, el amor y el respeto. En su andar llegó hasta tierras llenas de sol, llenas de luz y sal. Entró en una ciudad de la que no sabía ni el nombre y subió hasta el castillo, allí ofreció sus relatos al guardián de la puerta:
-.Sé contar bellas historias, cuentos imposibles, vidas de fábula, sueños de ayer para mañana.
-.¿Cuentos? Ya tenemos varios contadores de cuentos. Bueno, pasa, mañana empieza una semana de fiestas y harán falta mucha gente para divertir a los reyes.
-.¿Y que se celebra?
-.La vuelta del príncipe de lejanas tierras. Estuvo más de un año fuera haciendo grandiosas gestas que han llenado de orgullo a todo el pueblo.
La princesa empezó a imaginar una nueva historia para contar cuando fuera a otros lugares. Y según iba imaginando caminaba como ida, llevándola los pies hasta la sala real.
-.¿Quién anda ahí? -Pregunto alguien desde detrás de una cortina.- No sabes que aquí esta prohibida la entrada, venga fuera, largo, no molestes.
-.Oh, perdón. No quise molestar. No sabía por donde andaba, solo pensaba en una historia, un cuento para contar a los reyes, uno que les agrade, que les llenara de alegría. Aunque eso es difícil de hacer.
-.¿Difícil? Ni que los reyes fueran de piedra.
-.No, si no lo digo por eso. Es que después de la inmensa dicha que les llena no se me ocurre otra historia que les pueda alegrar más.
-.¿Dicha? -preguntó en tono sorprendido el interrogador que aún no había salido de la cortina.
-.Sí por la vuelta del príncipe. ¿Me podíais decir con quien hablo? Aún no os he visto.
-.Soy el rey. -dijo dando un paso y saliendo de las sombras.
-.Oh, no quería molestar. Perdonadme, por favor, no me hubiera atrevido a hablaos si hubiera sabido que era vuestra alteza.
-.No pasa nada. Además me gusta como hablas. Debe ser una delicia escuchaos contar cuentos. ¿También sabéis recitar poesías?
-.No, lo siento, no sé. Nunca leí libros que las contuvieran, de donde yo soy están prohibidas, a la reina le molestaban que las compusieran, le dolían demasiado. Si queréis dejadme alguna y os la recitaré al anochecer.
-.Ja ja ja -rió el rey con grandes carcajadas-. Pues vaya reina egoísta, privar a su pueblo de ese placer.
Ella calló y una mirada triste salió de sus ojos clavándose en el suelo, en una loseta con dibujos de naturaleza muerta azules y rojos, un leve suspiro le hizo recordar lo mal que lo había pasado hasta que logró salir de aquella cárcel, cárcel con paredes de oro y nácar, maderas preciosas y ricas telas. Un mundo que no soportaba, que la iba a dejar morir por la hipocresía de unos reyes.
-.Bueno, no te pongas triste, que estás casi a punto de llorar y una chica tan bonita como tú no puede hacer esas cosas.
El reflejo de su pelo le hizo entrecerrar los ojos por un segundo, aprovechando ella para salir rápido de aquella estancia.
-.No, espera, no te vayas. Aún no te he dicho lo que quiero que nos recites, pero no hoy, las fiestas comienzan mañana al atardecer. Justo cuando el sol guarde su último destello, pero aún nos ilumine su luz, quiero que nos llenes los oídos con tu voz, esta noche te daré lo que has de aprenderte.
Ella no pudo decir nada, las palabras se quedaban enganchadas en la punta de su lengua sin poder salir. Solo pudo hacer un leve movimiento de cabeza, haciendo entender que volvería para recogerlas.
Los días pasaron y llevó la belleza a los oídos de cuantos la escuchaban. Los reyes estaban encantados con ella. Su voz los trasportaba al deleite, su imaginación los paseaba por lugares insospechados, los cambios de tono con subidas y bajadas, la melodía de sus palabras, el ritmo y la entonación los hacia mecerse en el placer. Decidieron que no se podía marchar, se quedaría por siempre en aquel lugar. A ella no le gustaba que le impusieran las cosas, había huido buscando algo y tenía que encontrarlo.
-.Majestades agradezco su trato especial hacia mí. Me llena de orgullo que me aprecien tanto, que quieran que me quede siempre para recitarles, pero no puedo quedarme para siempre. En otros lugares me esperan, solo les puedo prometer que plantaré mañana un rosal y me quedaré hasta que salgan las primeras rosas en primavera.
-.¿Solo hasta entonces? ¿Cómo es eso? ¿Dónde te esperan? ¿Que mejor lugar vas a encontrar que este? Bueno, respetaremos tu decisión, pero hasta que el rosal florezca te quedaras, ¿no?
A la mañana siguiente sacó las semillas de rosas que había traído consigo y las sembró en una tierra negra de jardín. Estando de rodillas con las manos llenas de tierra alguien se le acercó por la espalda y en un susurro le preguntaron:
-.¿Es verdad que nos queréis dejar?
Nunca había escuchado aquella voz, pero sabía de quien era, era el hijo de los reyes.
-.No es que os quiera dejar, es que busco algo y tengo que encontrarlo -respondió con un pellizco en el estómago y dándose la vuelta se encontró con los más bellos ojos que nunca había visto.
-.¿Qué buscas para que sea tan importante? -dijo convirtiendo sus labios con una leve sonrisa en algo irresistible.
-.¿Buscar? Busco tantas cosas que no os podría decir.
Él le cogió una de sus manos toda embadurnada en barro y la ayudó a levantarse.
-.Como has dicho que no te irás hasta que las rosas nazcan le pediré a Dios que este rosal sea estéril, que te retenga aquí.
Abriendo los ojos con asombro y preguntándose que es lo que quería para no dejarla marchar apenas musitó:
-.¿Por que?
-.Simplemente me gusta escucharte, aunque no te lo había dicho antes. Podía parecer que cuando nos contabas cuentos yo no te prestaba atención, que yo estaba por otros lugares, pero no es así. Entonces, ¿estás firmemente decidida a marcharte?
-.Sí, dentro de poco.
-.En tal caso aprovecharé estas últimas semanas para escucharte a todas horas, en todo momento.
-.Pero tenéis miles de obligaciones, vuestro pueblo os necesita, no podéis perder el tiempo conmigo.
-.Es verdad el día lo tengo todo lleno, pero me quedan las noches. En las noches os escucharé.
De esta forma las noches se convirtieron en un dialogo continuo. Ella contaba y él la interrumpía llevando el desenlace de los cuentos por otros caminos, haciendo nuevas versiones, y construyendo miles de nuevas historias. Al ocaso ella subía a su alcoba, él siempre la esperaba impaciente, deseoso de inundarse con sus relatos, con sus bellas palabras que lo trastornaban. Se negaba a admitir que ella podía marcharse un día y quedarse sin todo ese encanto. Las palabras lo iban moldeando, le abrían nuevos sentimientos que a veces negaba con un no, pero que sabía perfectamente que estaban allí y no podía cerrar los ojos ante ellos. Sabía que la amaba y también sabía que su amor nunca podía ser posible. Él sería rey algún día y solo se podía casar con una princesa. Por muy grande que fuera su amor lo único que podía hacer es disfrazarlo de amistad, encerrarlo dentro de su corazón y aliviarlo con la presencia, en las largas noches, de ella. Al final él siempre terminaba quedándose dormido con el alma llena y el espíritu sosegado. Mientras, ella, lo miraba intentando buscar, quizás, la respuesta en su sus párpados cerrados, en la forma en que respiraba, en los dibujos que formaba su aliento con la diferencia de temperatura. Sabía que no estaba allí, pronto marcharía aunque le doliera, ella también empezaba a sentir algo especial por él y no quería que esto le impidiera seguir su caminar.
Los rosales que ella plantó eran luneros y esa noche era luna llena, a la mañana siguiente se marcharía, si no lo hacia quizás no lo haría nunca. Él leyó en su pensamiento o intuyó lo que iba a pasar. Echado en la cama con dosel que lo acogía coda noche la miraba examinando como nunca todos sus movimientos, sus detalles, sus facciones, intentando quedarse con ella en el recuerdo. Sabía que sería la última noche, que al día siguiente ella no estaría allí. Mientras ella, apoyada en el quicio de la ventana, miraba la luna, esa luna que la hacía soñar, volar, ser todo y nada, convertirse en mil personajes. Y relataba su última historia. Ya habría un final. Cada noche engarzaba de alguna manera el cuento que empezaba con el anterior, hoy tendría que darle un final definitivo. En mitad del cuento se volvió y mirándolo con una ternura enorme le dijo:
-.Mañana me voy, florecerán las rosas rojas, y las blancas, y las amarillas, y las rosas, todas florecerán al amanecer. Tengo que irme, he de continuar.
-¿Por que? -le salió de los labios con gran dolor-. ¿Por qué te marchas? ¿Acaso no ves que te amo más que a nadie, que te necesito, que no puedo vivir sin ti, que me falta la vida cuando no te tengo? Nunca había podido decírtelo, pero al ver que te pierdo prefiero dejarlo todo, irme mañana contigo a donde tú quieras. Todo a cambio de ti, si es que tú me amas. Sé que no puedo tenerte a ti y ser rey, pero si me dices que tú también sientes lo mismo por mí lo dejaré todo, seré lo que tu quieras, pero no puedo perderte.
El asombro y el miedo se apoderó de ella. ¿Tanto la amaba para hacer tal cosa? Ella estaba segura de lo que sentía, pero por eso, porque lo quería y lo amaba prefería no tenerlo a que dentro de un tiempo él se diera cuenta de que todo había pasado y no era feliz. Eso no podría soportarlo. Negándose a si misma tomo valor y le dijo que no lo amaba, que lo quería como a un amigo, como a un hermano, pero que la llama del deseo, de la pasión no ardía por él. Eso lo destrozo, esas palabras fueron como si una daga afilada le atravesara el corazón. Cayó de rodillas y el llanto se hizo con él. Ella no podía soportarlo, se dio la vuelta y cuando pretendía dejar la estancia él la abrazo. La rodeó con sus brazos y buscó sus labios. Un beso dulce, cálido, intenso y largo los unió. Tras ese primer beso vinieron muchos más, y caricias y abrazos. Ella lo amaba más que a nadie, ¿cómo iba a dejarlo?
Sus cuerpos desnudos yacían en la cama, hechos un ovillo, entrelazados, en un abrazo tierno. Ella por primera vez en su vida pudo dormir. Él lo tenía todo.
Al alba ella no quiso despertarlo y muy despacito se levantó preguntándose si era el sueño lo que buscaba. Dejó la habitación y bajó a su estancia. Escuchó unos fuertes golpes en la puerta. Parecía que algo horrible había sucedido por los terribles sonidos que se dejaban escapar de la madera.
-.Tú, ladrona, ¿a qué has venido a este lugar? Hemos encontrado entre tus pertenencias esta joya. ¿Qué más pretendes?
Alguien rebuscando entre sus cosas había encontrado su sonajero de plata y brillantes, aquel que la acompañaba desde que nació. La trasladaron a una oscura mazmorra. Ella pensaba tengo que ver al príncipe, él me sacará de aquí, le contaré toda la verdad, que soy una princesa que huyó de una muerte segura. Y mientras, en palacio, empezaban los gritos y los lloros. El príncipe había sido envenenado, yacía como muerto, había aparecido esa mañana desplomado, sin apenas respirar. Alguien la vio salir muy temprano de la alcoba. Ella, la contadora de cuentos era sin duda la que había intentado asesinar al heredero. Bruja, era una bruja. Pronto en todas las bocas del castillo corrían unas palabras:
-.La mujer de bellas palabras es una bruja que intenta hacerse con el reino. Lo intentó con el embelesamiento y como no lo consiguió ha envenenado al príncipe.
Hasta ella llegaron los rumores, nadie le decía nada, pero los escuchó a través de la puerta.
-.No, por favor Dios, que la historia no se vuelva a repetir. No, con una vez ya hubo bastante mal. No, le amo. Sí, más que a mi misma, más que a nada ni a nadie. Por favor que no muera.
A ella, también como a su madre, las ayas le habían puesto el veneno en forma de carmín en sus labios. Hacía más de un año que ella marchó de palacio, pero en lo profundo de sus labios aún quedaban restos y con los besos de amor había salido hasta llegar a él. Solo había una persona que podía ayudarla, su padre, él había muerto de eso y sabría la forma de sacarlo de donde estaba y llevarlo a la vida. Pero, como podría llamarlo. Si, había una forma, con el sonajero. Tenía que conseguirlo. Ella recordaba que cuando su llanto se hacía muy intenso las amas lo hacían sonar y siempre aparecía un hombre que la cogía en brazos y la consolaba, era su padre.
Consiguió ver al rey y le confesó la verdad, ella había sido la responsable de que el príncipe estuviera al borde de la muerte, que era una princesa guardada que había huido. Y había una forma de que se recuperase, pero para ello necesitaba que le devolvieran el sonajero de plata. Todos se negaron a ello, todos menos el rey que confiaba en ella. Se lo dieron y fue hasta donde él yacía inerte. Lo hizo sonar unas cuantas veces y no aparecía nadie. La duda empezó a volar por su cabeza, quizás esa no fuera la solución.
Temió perderle de verdad, no volver a sentirlo, que sus caricias y sus besos no regresaran, que su forma de mirarla no la hiciera azorarse, que su admiración no la hiciera crecer. Se preguntó si eso es lo que buscaba, a él. Una vida toda llena de amor, ternura, cariño, respeto, consideración y que ahora se le escapa. La respuesta era no, amarlo más era imposible, pero no era eso lo que buscaba. Ahora sabía que era, tanto caminar, buscar, andar, indagar, averiguar y lo tenía allí. Se buscaba a si misma, a ella, así de simple y de complicado, su interior, sus pensamientos, sus ideas, sus modos y sus comportamientos. Siempre había estado encarcelada, clausurada y ahora era ella, solo ella. Podía mostrarse realmente y no como la habían educado, podía decir y expresarse como quisiera, sentir y amar a quien la hiciera temblar. Esa era la respuesta.
Por supuesto aquí no acaba el cuento. Después de mucho hacer sonar al sonajero apareció el fantasma-padredelaprincesa y le dijo que la forma de despertar al príncipe era besarlo. Ella lo besó, se casaron y fueron a recuperar la corona que le correspondía por derecho de sucesión ya que el padre de la princesa había muerto poco después de marcharse ella sin ningún heredero. Fueron felices y no comieron perdices, ya que lo que más le gustaba era un buen platito de jamón y una botellita de Carpe Diem. ¿O era Carpe Dien? No si ahora no sé escribirlo. Buaaa, tanto príncipe y tanto castillo me ha trastornado. Bueno en español: "Aprovechad el momento" o se os escapará el tiempo persiguiendo algo que solo esta en vuestro interior, como le pasó a la princesa.
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