TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / nemesis / Los Silencios Líquidos

[C:775]

Los Silencios Líquidos


Uno y Dos reposaban sobre dos cojines. La aurora boreal perecía ante una cortina oscura que nadie se apresuraba a abrir. Uno era ciego y dos estaba poco predispuesta al arte de la contemplación. La noche duraría más de quince horas; hacía falta largo tiempo para que llegara el sol. Uno deslizó su espalda por la pared hasta casi tocar el suelo con su nuca. Su cuerpo estaba muy cerca a una pequeña mesa donde una lámpara de gasolina se había extinguido no hace poco. Uno no era consciente de esto, para él la distancia y los objetos eran una abstracción espacial. Una columna en algún recinto cerrado era para él sólo un obstáculo que tenía que salvar para llegar a la salida; no existían las formas y los colores, sólo los obstáculos y los métodos para solventarlos. Las imágenes eran impensadas en su universo, de hecho su imaginación se limitaba a los olores y sonidos puros, no reflexionaba acerca de su procedencia, acaso medía sus consecuencias, se conformaba con sentir, asimilar y esperar alguna otra manifestación de su entorno. No tenía un pasado diferente, no tenía recuerdos, así había nacido. Por eso las ventanas estaban siempre cerradas. La luz, el brillo y los matices eran inoficiosos. Dos no protestaba ante esto. Dos no protestaba ante nada. La indiferencia era su vida misma, el único sentimiento que albergaba en su cuerpo. Su indolencia era sistemática, no avanzaba ni decrecía, se mantenía en su estado natural, absolutamente pura, sin mezclarce con sentimientos o pretensiones.
Uno y Dos vivían en un edificio. Uno no supo como llegó ahí, Dos lo había llevado sin advertirle, sin siquiera pensar en hacerlo, sin que al menos fueran necesarias las explicaciones para alguien que nunca las pedía de alguien que nunca las quería dar. Ocupaban el último piso, donde sólo se encontraba un apartamento adyacente.
La aurora se hacía indefinida. Parecía afectar la quietud de la extensa noche, irrumpiendo en la negrura hasta vencerla por momentos, convulsionando en los cielos, totalmente ajena a Uno y Dos. En el edificio, en el espacio exacto que concernía a Uno y Dos, nada de esto era real, sólo había un adentro, no existía un afuera, no habían horizontes ni infinitos. La existencia y todas sus implicaciones empezaban y terminaban en ese cuarto. Este era angosto, lineal, insoportablemente simétrico y exacto. No se coexistía ni con el caos ni con la suciedad, pero su aspecto no era menos que imposible. Dos respiraba con un ritmo confuso, continuamente parecía olvidar la mecánica de dicho acto. Sus estertores, limpios pero profundos, eran el único referente temporal con que Uno se arraigaba a un espacio que no era suyo, que nisiquiera existía para él. El clima de los tiempos pasados había quedado atrapado en la habitación desde que se cerraron las ventanas, la temperatura era totalmente imperceptible.
Un sonido viscoso y sordo llegó de la habitación contigua. Sobre la pared en que Uno y Dos reposaban sus cuerpos una grieta se empezó a deslizar desde el techo. Dos la notó. Uno escuchaba atento. Ni el uno ni el otro parecían reaccionar ante esto. Uno sentía una irremediable atracción hacia los ruidos desgarradores, pero de esto él sólo rescataba el acto mismo. Dos había alcanzado la total dilatación ocular y, aún pareciendo ocupada en alguna profunda meditación, su aspecto apenas se podía distinguir de la pared, distraída con su propia ingravidez, completamente erguida en su soledad. La grieta continuó avanzando. Dos notó la fractura pasar bajo su mano apoyada en el suelo, las astillas del piso de madera colapsando segundo a segundo, centímetro a centímetro. Uno Escuchó el rasgido, lo identificó a su izquierda, entre él y Dos. Ambos se supieron separados en dos remotas islas. Uno lo supuso y se alteró. Dos lo confirmó y esto pareció calmarla aún más. El rasgido cesó. Afuera la aurora, que se perdía en si misma y regresaba al cielo fortalecida en belleza y esplendor, se comenzaba a escurrir por el aire, gota a gota, color a color, hasta cubrir las montañas, los ríos, los árboles.
Se oían pasos apresurados sobre la pared en la habitación del lado. Eran varias personas, y caminaban con ritmo y dirección indefinidas. Esto terminó también. Uno Palpó el terreno a sus alrededores. Lo que sintió era totalmente desconocido, asustado, absolutamente invalido para confirmar las sospechas de sus dedos y oídos, volteó hacia Dos, que yacía a su lado sumergida en un cojín.
- Dime qué es eso-
Dos sintió que le hablaban pero no le importó. Además no vio a nadie, Uno ya estaba muy lejos. La puerta del cuarto se desplomó sin producir el más mínimo ruido, situación esta que no interfirió con la condición de Uno Y Dos en aquel espacio, la opción de salir no era considerada, la quietud imperaba, en Uno porque no podía hacerlo, en Dos porque no podía querer hacerlo. Los colores de la aurora se aproximaban, la grieta se amplió, la salida se hizo más grande. Uno perdió toda noción de Dos, su suerte, desconocida para él, Dos hace mucho había pasado por lo mismo. Los pasos ahora eran pesados, seguían un norte que podía estar en cualquier parte, el techo empezó a lloviznarse, el suelo, en cambio, se evaporaba, todo esto lo veía Uno sin escuchar más que la sordera de los movimientos, lentos, comprimidos, tediosos y predecibles. La confusión se pasmó en Uno, todo esto era nuevo, no se sorprendió con ello, sólo pudo pensar en mirar a Dos, pero no la vio, estaba solo, ni él mismo, no había nadie, ni él mismo.
La aurora brilló ante sus ojos, lo hizo con furia, pero Uno, paralizado ante un universo extraño, no se fijó más de un parpadeo en este fenómeno preocupado por su incorporeidad, por la ausencia de Dos. La salida se expandía con fluidez, amenazaba con absorber las paredes. Dos sintió su espalda mojada, quiso querer, pero no alcanzó a conciderarlo, no importaba, el cojín era cómodo, la grieta era amplia, los pasos le eran poco molestos, escasamente un zumbido en su cabeza inclinada hacia cualquier lado, erguida, decaída, facial o muscular, el cojín era cómodo pero no importaba que lo fuera. Las paredes empezaron sudar, se hicieron tan delgadas que Uno y dos tuvieron que sostener su propio peso para no caer. La ebullición del suelo finalizó, habría que caminar cuadrúpedo e inverso, la gravedad no afectaría, y si se cayera, se haría hacia el techo, hacia arriba, cayendo para subir, para llegar al cielo. Uno vio en la mesita, que estaba aún a su lado, sus propias vértebras inarticuladas, florecidas, oxigenándolo todo, acelerando su fotosíntesis por la llegada de la aurora.
Dos caminó por el cuarto, seguía sentada. Uno la vio reír, pero no la escuchó feliz. Dos aún permanecía sentada. Lo hacía por casualidad, sería fortuito también si brincara de un lado a otro. Uno perdió nuevamente a Dos, la quiso inventar, hacerla como esa cosa de colores que serpenteaba por todos lados, escupiendo silencios. Pero su imaginación todavía era inexistente. Quiso también dejar de ver cosas que no le producían la más pobre impresión. Dos comulgaba con lo que para ella siempre fue oscuro y sin relevancia. Los pasos no correspondían a pisadas, ni existían nexos entre los movimientos y sus consecuencias. Todo se derretía, lo que no era viscoso estaba por serlo. La sordera anuló a Uno, le aburrió, esa luz le asqueaba, pensó que el color era una aberración del sonido, nunca había escuchado algo tan raro y poco atractivo al mismo tiempo, el chillido de los colores le dolía en la dignidad. Cerró los ojos pero la aurora ya se le había metido en los huesos y el cuarto se redujo a su justa medida, asegurando su soledad, nada más cabría en ese cuarto que su cuerpo, matando cualquier posibilidad de compañía, a pesar de su estado gaseoso o inmaterial, según abriera los ojos o los cerrara. La pared limítrofe desapareció y sintió la humedad de Dos en su espalda, comprendió que nunca estuvo con ella, que nunca la conoció. Volvió a escuchar y esa maldita aurora desapareció. Entonces Uno estuvo solo, porque todo ese tiempo todo había permanecido en el más absoluto silencio.

Texto agregado el 31-10-2002, y leído por 401 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-11-2002 Quiubosss!!! El cuento me gustó pero...¿a qué viene?, me explico: ¿porque escibió un cuento como este o que fue lo que le hizo escribirlo?(si se puede saber)... Saludos Dawnie dawn
06-11-2002 Muy raro, es como críptico, pero me gustan lasd cosas oscuras, me pareció atractivo y oscuro. julio
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]