La fresca limonada sofocó el ardor en la garganta que le había provocado la última llamada recibida en su teléfono móvil.
Matías ahogó un sollozo que quería escapar de sus entrañas.
Fue una voz impersonal, la que, como quien habla del tiempo, le comunicó que no hacía falta que se incorporara al trabajo al final de sus cortas vacaciones.
La dirección de la empresa había decidido prescindir de sus servicios en el puesto que ocupaba desde hacía más de 20 años.
El sabía que ya no era un chiquillo y no tenía más preparación que para ejecutar el monótono trabajo de “chupatintas” que, desde que recordaba, realizaba un día tras otro en aquella mugrienta oficina.
Se enfrentaba a la nada, y así se sentía él mismo, como Nada.
No podía asimilar que con una simple llamada de teléfono todas sus ilusiones, toda su vida se derrumbara de golpe.
Tenía pánico a enfrentarse con su mujer, con sus hijos.
Pasó una mano por su frente empapada en sudor, se restregó con furia los ojos tratando de despertar de ese mal sueño e intentó pensar con serenidad.
Escuchó el sonido de la llave en la cerradura de la puerta y de golpe, en una ráfaga de aire fresco, su hija pequeña entró dando saltos en el salón.
Le saltó al cuello mientras le revolvía el pelo con su manita y le llenaba de besos.
“Hemos ido a ver a los Reyes Magos, ¿verdad mami?y ya les he entregado mi carta, y hemos tomado chocolate con churros y….”
Matías tapó con dulzura la boca de su hijita y sonrió con tristeza, este año los Reyes Magos se iban a ver con dificultades para atender a tantas peticiones.
Con un suspiro separó suavemente a la niña, y pulsó el botón de la televisión.
Las voces de los niños de San Ildefonso, llenaban el ambiente con sus voces de ruiseñor repartiendo la Suerte.
Dos mil trescientos cincuenta y nueve!
Trescientos euros!
Cuatro mil setecientos treinta y seis!
Trescientos euros!...
La musiquilla rebotaba monótona entre las cuatro paredes. Matías buscaba la mejor manera de explicar a su esposa la nueva situación.
Tan sumido estaba en sus pensamientos que no se percataba de que el móvil estaba a punto de caer de la mesa en su insistencia por llamar su atención.
-“¿Dígame?
- ¿Matías García?
- Sí, al aparato.
- Sr. García, le llamo para decirle que ha habido una terrible confusión, le llamaron esta mañana del departamento de personal, pero no era a usted a quien tenían que haber localizado, ha sido un error imperdonable, su puesto de trabajo le espera como siempre a principios de enero, la secretaria le ha confundido con García, el conserje. No sabe como sentimos si le hemos ocasionado algún trastorno…”
Matías no podía creer lo que estaba oyendo, el corazón pugnaba por salir de su cuerpo, podía sentir sus latidos martilleando las sienes, la boca seca, un dolor agudo le impedía mover el brazo izquierdo, sólo tuvo tiempo de ponerse la mano en el pecho y cayó de bruces en el suelo presa de un infarto.
Dejó de sentir, el mundo se acabó en millones de estrellas brillantes, a lo lejos podía oír el rumor de voces apuradas reclamando que volviera.
Luego, silencio absoluto, calma, paz, por fin ya nada importaba.
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