El espejo de Edgardo
Edgardo se levantó como todas las mañanas, calentó el café, encendió la radio, y le dio una mirada a las pequeñas flores de la ventana, humedecidas por el rocío.
Recordó el domingo con sus amigos en el café y la charla acalorada sobre los resultados del partido, la política y las mujeres, mientras se dirigía al baño para afeitarse.
Al encender la luz y mirarse al espejo, por poco se desmaya del susto, lo que veía reflejado detrás de esas manchas opacas de siempre no era él, sino otra persona, solo atinó a salir y apagar la luz en tanto su corazón latía como un bombo por el susto, ¿¡Qué había ocurrido, quien era esa persona en el espejo!? Su mente empezó a tejer mil posibilidades, pero ninguna tenía sentido alguno, tal vez la noche anterior se había excedido con las copas, pero sabía de su cultura alcohólica, y algo así no le había ocurrido jamás, se dirigió al cajón del ropero, y sacó unas viejas fotos, buscó apresuradamente esas en donde él se encontraba y con alivio pudo reconocerse inmediatamente, a no ser por el lógico transcurrir del tiempo, seguía siendo Edgardo, el Edgardo que siempre conoció, tomó coraje y decidió ir nuevamente al baño, primero encendió la luz y después se asomó muy levemente al espejo, como quien trata de espiar por una ventana sin que lo miren. Y una vez más se aterrorizó, esa persona que lo miraba, no era él, inmediatamente apagó la luz y se quedó parado frente a la puerta, tratando de que ese mal momento pasara.
Tomó nuevamente coraje, y se dijo que esto que ocurría no podría ser verdad, y que tan solo se trataría de un problema en su vista, se prometió ir ese mismo día al oculista para revisarse, pensó que todo esto debería tener una explicación pero a decir verdad no sabía que estaba pasando.
Al cabo de una largo rato, se encontraba mas tranquilo, y resulto se dirigió nuevamente al baño, se dijo que se mantendría firme ante esta aparición, se paró frente al espejo en la oscuridad y con su mano buscó el interruptor, cuando lo encontró serró sus ojos y encendió la luz, después levemente abrió sus párpados y para sorpresa esa otra persona seguía allí, mirándolo. Edgardo abrió un ojo y también el del espejo lo imitó, luego Edgardo abrió su otro ojo y aquel hombre hizo lo mismo, después Edgardo mirándolo fijo a los ojos y con una nítida señal de desafío, acercó su cara al espejo y levantó sus cejas repentinamente para tratar de amedrentarlo, y al mismo tiempo aquel hombre desconocido, sin amedrentarse y como burlándose de él, hizo exactamente lo mismo.
Edgardo se sintió agraviado y molesto, y como respuesta a esa insolencia intolerable, de un desconocido que tenía el atrevimiento de haber ingresado en su baño y entrometido en su vida, decidió utilizar la mejor arma que poseía, y que sabía utilizar muy bien, esa arma implacable era su indiferencia.
Tomó la espuma con tranquilidad, y se la pasó por su cara lentamente, en tanto su contrincante mirándolo a los ojos, lo imitaba para continuar mofándose de él. Se afeitaron en silencio y retiraron de sus caras los restos de espuma con la toalla, luego tomaron su peine, se mojaron el cabello, se peinaron, y Edgardo con frialdad y sabiendo que eso sería lo que mas le dolería a su casual contrincante apagó de golpe y enérgicamente la luz de su baño.
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