Siempre he sido curioso y escéptico, así que cuando me contaron de un monstruo gigantesco que habitaba la zona montañosa del norte de Camerún y que muchos juraban haberlo visto, no lo creí, o más bien, dudé de la veracidad de la historia, pensé que lo más probable es que fuera solo una leyenda.
Soy un empresario asquerosamente rico al que le encanta viajar, correr aventuras. Sin esperar nada más, decidí ir hasta Camerún para corroborar la historia. Sabía el nombre de la ciudad donde debía buscar: Garoua.
Arribé a Yaundé, la capital de Camerún en una tarde soleada, calurosa; sin apresurarme demasiado, me llevó un par de días más llegar hasta la ciudad de Garoua, casi a orillas del río Benoué. Ahí, con cierta discreción pregunté por el monstruo gigante. Interrogué a varios, todos abrieron los ojos como platos mirándome como si fuera yo el mismo demonio. Solo uno de ellos con mucha reticencia, más una generosa cantidad de francos CFA, se animó a responder y darme algunas referencias.
Por la carretera fulana de tal, en tal kilómetro, dar vuelta a la derecha en un camino vecinal bordeado por bosque en ambos lados; seguir por él hasta el final del mismo, entonces se topará con el lugar donde habita el gigante. Antes de irse, me dijo algo así como “Mauvais monstre géant”.
Alquilé un auto y seguí las instrucciones dadas. Cuando el camino vecinal se terminó, comenzó el terreno rocoso que daba acceso a la ladera de la montaña; según mi informante debía estar muy cerca del lugar donde habitaba el gigante. Creo que iba yo con la firme convicción de que todo era una leyenda local, que no existía tal monstruo. Caminé un poco entre las rocas y de pronto, al levantar el rostro, ahí estaba el monstruo gigantesco, mirándome cara a cara; era realmente horrible, de la altura de toda la montaña. Tenía el rostro deforme, malvado, la boca de labios apretados mostraba ira. Estaba parado frente a mí, con ambos brazos caídos a cada costado, los puños apretados, dos mazos terribles capaces de destruir una ciudad. Lo contemplé sorprendido, extasiado, lleno de un profundo temor. En ese momento, al ver su majestuosidad, permanecí así, parado frente a él, mirándolo con detenimiento. La montaña era el gigante de piedra, por razones que solo la Naturaleza sabe, el gigante parecía esculpido en toda la roca de la montaña. Comprendí la sensación de temor y respeto que los lugareños debían sentir en aquella soledad y ante aquella figura de colosal tamaño.
Me sonreí un poco, quizás burlándome un tanto de la ingenuidad de aquella gente; lo del gigante monstruoso era verdad y no lo era. Lo miré al rostro, mis ojos se toparon con sus ojos, unos ojos brillantes que de pronto parecían estar vivos y que me acongojaron dejándome el alma aturdida. El miedo sobrevino cuando escuché un sonido terrible, como si la montaña fuera a desgajarse, a aplastar todo a su alrededor y a mí también. Quedé aterrado, cuando en ese momento el monstruo gigantesco, comenzó a moverse.
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