La encontré en el altillo cuando subí para hacer limpieza. Estaba llena de polvo y tenía olor a humedad. Era una novela que había leído hacía mucho tiempo. Recuerdo que experimenté cierto malestar al hallarme otra vez entre objetos que guardaban tanta nostalgia. Algo me decía que las cosas del pasado no deben removerse, pero aquel libro me atraía y no pude resistir la tentación.

Esa misma tarde comencé la lectura. Ya en las primeras páginas descubrí su poder; era como si nunca antes hubiera leído la historia.
El protagonista, un escritor famoso, cruzaba un portal y en aquel sitio obtenía ideas para sus relatos. El ambiente era terrorífico; había algo maligno en la trama, y yo sentí temor de que aquella amenaza finalmente se acercara demasiado.
El suspenso terminó de manera abrupta. El escritor muere por culpa de un virus que se contagia durante su última incursión. Reconozco que el desenlace inesperado en ese momento me provocó cierta inquietud, pero unos días después estaba francamente aterrorizada. Me enteré de que un extraño virus se desparramaba por todo el planeta.

Decidí devolver el libro al sitio donde lo había encontrado. Seguramente todo volvería a la normalidad, pensé.
No fue así; en realidad todo empeoró aún más. La epidemia estaba fuera de control.

Hace unos minutos subí otra vez al altillo. Tomé el libro y lo eché a la estufa. Pronto se convertirá en cenizas. Tal vez todavía exista una esperanza.