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Con él, yo soy música, una sintonía de sonidos que se eriza entera. Me muerde los hombros como a dos manzanas y me hace vibrar del mismo modo en que yo vibro cuando escucho la voz de JAF en sonido estereofónico.
Puede sonar gracioso pero, la primera vez que lo vi realmente, él me miraba y yo me derretía, ¡lo juro!, literalmente me derretía.
De pie, frente a mi, con sus ojos fijos en los míos, desató mi timidez con un abrazo profundo, uno de esos que te hacen sentir que nunca más volverán a soltarte, de esos que son de verdad.
Me gusta describirlo, porque ciertamente es un hombre exquisito, dotado sensibilidad admirable, aunque en apariencia disfrute parecer frío e indiferente.
Aquí entre nos, digo que lo disfruta, porque realmente le importa un carajo lo que el resto piense, su lealtad y su incondicionalidad será de quien sepa valorar y quiera compartir esos pequeños detalles que devienen del estar vivo y que el 99% desestima.
Aprecio en él, su don para sacarme de quicio, para dejarme peleando sola cuando ando rayando la papa; del mismo modo en que admiro su hidalguía para reconocer cuando la cagó.
Tiene la mirada dulce y surcos pronunciados alrededor de los ojos de tanto que ríe. Y yo disfruto siempre de su "risa de miles de kilómetros"; ancha, sonora y limpia, con esa particularidad del goce sin filtro, ese que se alcanza cuando se es feliz, libre y sin caretas.
Con él, soy música y soy musa... Y aún me sonroja habitar entre sus letras y entre sus pensamientos, acompañando sus largas e insistentes caminatas por Iquique, como una sombra que se elige y que no lo abandona; como una respuesta inevitable del destino a sus paisajes inconclusos en Arica, esos cuadros finamente retratados en sus historias, descritos desde la ventana de un bus.
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