Cuento
Producto de mercado
En la intemperie, noche fría y muy oscura, la lluvia se dibujaba en la tenue luz de las luminarias en la calle desierta.
En el interior en una sala amplia e iluminada, ese día jueves, un grupo de matrimonios amigos celebraban el cumpleaños de la dueña de casa al calor de la amistad, mientras en la chimenea los leños que ardían daban calor al ambiente.
Después de una muy exquisita cena generosamente regada con buen vino ya al final de los postres una de las mujeres, precisamente la dueña de casa, se paró pidiendo silencio para hablar:
—Amigas, amigos... ya es hora de que los hombres se comiencen a preparar para que cumplan con sus labores de verdaderos machos, bien saben que todas estamos de acuerdo, preparadas y esperando…
—¿Cierto chicas? –preguntó mirando a las mujeres.
Todas, con miradas acompañadas de sonrisas pícaras, asintieron.
—Por lo tanto, hombres queridos, ya no piensen más, no esperen, procedan… —a la vez que los miraba fijamente.
—¡Ahora ya! —insistió. —Todas estamos esperando ansiosas, además muy necesitadas… de eso que ustedes bien saben.
Los hombres se miraron, se pusieron de pie, enseguida salieron a la intemperie, subieron a sus coches como autómatas e inmediatamente en rauda caravana se camuflaron con la lluvia y la oscuridad de la noche, para muy rápido tomar un rumbo establecido de ante mano, dirigiéndose a un barrio elegante de la ciudad.
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En la intemperie, noche fría y muy oscura, la lluvia se dibujaba en la tenue luz de las luminarias en la calle desierta.
En el interior de una clínica privada de lujo, en boxes individuales especialmente acondicionados, un grupo de hombres recostados en unos cómodos sillones viendo en modernas pantallas de alta resolución, películas de alto contenido erótico con escenas sumamente excitantes que exacerbaba la libido de cada uno de ellos.
Después de un cuarto de hora, casi al unísono como siguiendo una orden preestablecida o quizás a través de un mensaje subliminal en las pantallas, todos comenzaron a masturbarse… y en pequeños frascos de vidrio depositaron el líquido seminal resultante de aquella acción.
Diez minutos más para luego en fila india ir pasando frente a una ventanilla donde, individualmente, les fueron entregando un cheque por la venta de su esperma al banco de semen de esa clínica, que realmente pagaba muy, pero muy bien, por este producto tan apreciado en el mercado.
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Todos los hombres que partieron en sus coches, después de un par de horas, volvieron a la fiesta donde sus esposas ansiosas los estaban esperando expectantes con sonrisas, abrazos y caricias…
Ellos dispuestos a complacerlas se dejaron querer y ante la insistencia manifiesta… les entregaron a cada una el cheque que tanto necesitaban, que además todos estaban de acuerdo que les pertenecía, puesto que el producto vendido también, de alguna forma era propiedad de ellas.
La dueña de casa nuevamente llamó la atención para decir:
—Amigas, como todas tenemos platita caída del cielo, mañana a las diez nos juntamos donde ya acordamos, para después de tomar un rico café ir de compras todas juntas, tal como lo planeamos cuando acordamos celebrar mi cumpleaños justo la noche antes del Black Friday.
Incluido en libro: Cuentos de Vientonorte
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