" Con quienes tanto quería" ( M. Hernández)
" Di, muerte, ¿ do los escondes e traspones? ( Manrique)
La abuela se murió ya entrada en años y con la cabeza en su sitio pues tenía una memoria y entendimiento prodigiosos. Tenía 82 y yo no pude volver a entrar en su casa, tan vivenciada por toda la familia. El duelo me duró un año y la sola visión de la casa vacía, hasta que se vendió, me partía el alma.
Todos sus hijos, cinco, habían heredado una casa contigua o cerca de la suya, en una barriada denominada El Parador, por haber regentado mi abuela una pensión y una serie de casas que se alquilaban a veraneantes.
El primero en morir fue mi padre al que ,a los 36 ,un árbol le segó la vida.
El viejo Parador se vació pues mi madre y yo nos fuimos a vivir con la abuela.
La siguiente vivienda que aún hoy permanece cerrada es la del tío Antonio, una casa que alojó un restaurante y un bar. Falleció joven, a los cincuenta y cinco, al caer del tejado al desván cuando intentaba remediar una gotera.
Su mujer volvió a casarse al enviudar , se marchó del pueblo y Los Cerezos se cerraron, tras una corta etapa en que se alquilaron a una pareja joven que no supo gestionar el negocio.
¡ Cuántos momentos de dicha vividos en ese hogar!
El tío Eugenio, el chico, murió hace un año de cáncer de huesos. Vivió siempre en Francia pero puntualmente, en agosto, venía a visitar a su familia de España, siempre tan unida.
En vacaciones regresaba cargado de regalos y de exquisitas viandas y champán francés.
Sus variadas historias nos hablan de que nadie se va de esta vida sin zarandeo.
De los cinco hermanos ya solo quedan dos: tío Ramón y tío Andrés, ya octogenarios.
Algunas de las casas que construyeron mis bisabuelos, tan llenas de vida y de historias, se han cerrado . Otros las han ocupado o las ocuparán. Pero ya nada es lo mismo. Aquellos días luminosos de mi infancia compartidos con todos mis familiares hoy tienen un regusto triste y hueco, con sabor a nostalgia y ausencia.
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