Yo, que me considero un simple escribiente. Me gusta contar historias interesantes, donde campea el pecado en todas su formas, homicidios bien ejecutados, personajes adulterinos, en fin como buen observador de la naturaleza humana de ahí saco mis historias.
Les cuento que muy joven quise ser psiquiatra pues me sentía capaz de comprender el alma humana. Craso error. La naturaleza vence a la ficción. Lo que leí en los libros de psicología casi siempre me llevaba por caminos equivocados sobre el comportamiento de las gentes.
Después de la pertinente aclaración en el párrafo anterior me dispongo a contarles una historia que no sé como catalogarla, que sucedió en un pequeño pueblo del norte de México, donde las mujeres son bellas. La protagonista de mi historia es una de ellas.

Rubí, con un físico de artista de cine, alta, de tez muy blanca, ojos verdes y cuerpo muy bien proporcionado era el anhelo de todos los jóvenes del lugar. En el sur de la República Mexicana dirían de ella que era “muy galana”, yo me limito a emplear el adjetivo de hermosa.
Con los atributos anteriores, ¿por qué no se casó? Nadie en el pueblo podría decirlo. Hija única de padres muy ricos, ya fallecidos. Le llovían los pretendientes, pero ella siempre educada, agradable, femenina, muy dueña de sí, a ninguno le dio entrada (como dicen en mi rancho). Uno por uno se fue casando con otra muchacha del lugar. Estas desposadas la odiaban pues comprendían que ellas habían sido “plato de segunda mesa”.

Rubí vive sola, sin más compañía que una criada que va con ella a todas partes: a la misa de 7 en las mañanas, y por la tarde al rosario de las 6; al mercado a hacer las compras de cada día y a todas las juntas de su iglesia de la cual ella es un baluarte, tanto económicamente como por ser la presidenta de dos de las cuatro asociaciones que hay en ella.
Por otro lado, el padre Eusebio, bien parecido párroco del lugar, es su director espiritual. Entre ellos se tratan siempre con la máxima cortesía pero sin familiaridad y aunque las malas lenguas les atribuyeron un romance, sin embargo el tiempo no lo ha confirmado.

Una mujer sola, guapa, independiente sin el apoyo de un varón en el lugar pequeño donde vive siempre se presta a todo tipo de murmuraciones. Ella siempre imperturbable, camina con paso firme por la calle, camino de la iglesia o del mercado, dueña de sí misma, con su aire enérgico de dominación acompañada de su joven criadita, muchacha de una belleza fina y delicada, que no levanta la vista cuando va con ella, como si algo la avergonzara; tímida, callada, igual que si guardara un secreto que sólo en el confesionario se puede revelar.