Aquel en el que un individuo se levanta de su cama, y rascándose alguna parte de su cuerpo, -la que sea, no importa, varía mucho de un individuo a otro- se dirige a tumbos al baño, para, una vez parado frente al espejo, descubrir, con fascinación, horror, curiosidad, resignación, pánico o indiferencia -la reacción también puede variar de un ser a otro, dependiendo de si es la primera o trigésima cuarta vez- que de su cabeza se extienden un par de antenitas, que son el moño de un espectacular cuerpo de cucaracha.
Puesto un pie –pata- fuera de su casa, se dará inicio a un día de largas horas, durante las cuales deberá hacer uso de todo tipo de malabares, técnicas de camuflaje, escapismo, y demás habilidades necesarias para sobrevivir el cruento e impajaritable ataque de cualquiera que se le cruce por delante.
A esto debe sumarse la imposibilidad absoluta de comunicarse -los humanos no entienden el encantador lenguaje de las cucarachas- y de defenderse. Sencillamente no está permitido.
Se recomienda, ante la presencia inevitable y en extremo cercana de algún humano, optar por la técnica de hacerse el muerto, pues la inclinación a dar explicaciones -en un lenguaje no comprendido, ya dijimos- implica un movimiento acelerado de las múltiples patas, lo que desencadena una repulsión aun más violenta.
Logrado el objetivo: sobrevivir! debe la adolorida, y a estas alturas, espantada y hambrienta cucaracha, hacer un último esfuerzo tomando impulso para subirse de nuevo a su cama, echarse encima la primera manta que encuentre -es importante taparse- e invocando al Dios de su elección, repetir tres veces seguidas la siguiente oración: mañana por favor, quiero, otra vez, ser yo!
Nota 1: Para tranquilidad del lector, a la fecha no hay evidencia sobre la existencia de dos días cucaracheros seguidos.
Nota 2: El que al levantarse no se rasque...algo, que tire la primera piedra. |