En aquellos días, sus millones eran lo más importante para mí. ¿Para qué negarlo? Creo que soporté todo por ellos. Mi único objetivo en la vida era lograr que fueran míos.
No recuerdo cuando comencé a forjar los primeros planes para asesinarlo. La idea, al principio me habrá parecido absurda. Creo que luego empecé a degustarla, poco a poco como a un buen vino. Deseaba venganza: un plato que, según los expertos, se saborea mejor cuando está frío.
Resulta gracioso que alguien como yo hiciera ese tipo de analogías. Jamás he podido disfrutar de comidas o bebidas de ningún tipo. En realidad, desconozco cuales son mis verdaderos deseos. Me parece que soy una de esas mujeres que gozan cuando son maltratadas. Por lo menos, eso es lo que opinaba mucha gente sobre mí.
Ricardo comenzó a maltratarme al poco tiempo de casados. Primero algunos gritos, luego insultos, finalmente los golpes. Supongo que aquellas estrategias para eliminarlo comenzaron a germinar en mi mente luego de alguna de aquellas golpizas. Elaboré varias, pero a todas las fui desechando. Mi marido tomaba somníferos. Durante meses fantaseé con la idea de sustituir esas pastillas por otras, pero supuse que era demasiado arriesgado. Coloqué obstáculos frente a la escalera. Él solía levantarse en la oscuridad casi todas las noches; los ruidos lo obsesionaban. No dio resultado. Estuve a punto de contratar los servicios de un profesional. Por suerte me detuve a tiempo; era una locura.
Nuestra convivencia empeoraba. Sus celos eran insoportables; ya ni siquiera me permitía salir de la casa. Yo no toleraba más la situación. Sola, encerrada en mi lujosa cárcel, comprendí que estaba enloqueciendo.
Un día descubrí que entretejer aquellas ideas descabelladas era mi proyecto de vida. Su dinero dejó de interesarme; por fin tenía una meta importante que cumplir. Mi esperanza era concebir el plan perfecto. Cuando me di cuenta de que lo había conseguido, pasé mucho tiempo disfrutando mi triunfo por anticipado. En cierta oportunidad, hasta lo pospuse. Quería prolongar aquella sensación tan placentera que sentía.
¡Era tan sencillo! La cabaña del lago... pasábamos gran parte del verano allí. Nos gustaba realizar paseos en canoa. Ricardo no sabía nadar; en realidad el agua le daba miedo. Sabía que él no sospechaba nada. Me sentía poderosa; su destino estaba en mis manos. Mi plan era muy simple: iba a empujarlo en cuanto se descuidara. Imaginaba la escena: mi marido caería al lago, trataría infructuosamente de subir a la canoa…
¡Qué placer experimenté durante esos días!
Ricardo realizó un viaje por negocios al exterior. Aproveché para revisar los últimos detalles de aquel sueño tan largamente acariciado. Una y otra vez me regocijé al pensar en la desesperación de mi esposo; me reí de sus patéticos manotazos para no hundirse, disfruté al imaginar la angustia en su rostro.
Hice miles de conjeturas, soñé tanto… que hoy cuando recibí la noticia me sentí decepcionada. El avión que traía a mi marido de regreso cayó al mar… ya no hay planes, ni venganzas...La vida carece de sentido.
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