La mañana se arroja
sobre la ventana
ya no hay gente.

Un lobo diáfano
se cubre entre la vegetación
El cazador y la cólera.

Ulises recordó se situación
le dijo a Calipso que ya era suficiente
Esta, solo miro el ornamento de sus pies.

Reliquias colgando del patio
Un frívolo pensamiento
El cuervo mirando por la ventana.

Una gota de agua en una fuente
Quiere escapar para siempre
Una libélula no la defiende.

EL imperio blanco
El proletariado verde
Una caída inopinada

La caja registradora
El estruendo inevitable
El señor Perez solloza.

El fundamento de la cornea habitación es su color.
Su padre sabe como denigrar aves rapaces.
La imagen lo confunde.

Del tártaro Tifon es eyectado.
Un campesino alegre corta hojas.
Ya el Eros no deja fluir el jubilo.

Heraclito cae en su rió.
Ya aseado, denigra la límpida condición.
Retorna, percatándose...el rió, congelado esta.

La fiebre lanza la querella
El antibiotico le repugna eso.
Por consiguiente, todo explota.

El bombero apalea a Sir Rofulnen.
La casta medieval despabila.
Ya el pringoso vagabundo disemina con ecuanimidad el dolor.

Cayo la desdichada mujer.
Se elevo el mohíno niño.
Ambas facetas del cartón arden, incineran el sueño.

Roldan saluda a Carlomagno.
No se extiende el Cid demasiado.
Sigfrido, muerto cae; por la espalda, ultimado.

Patronio no acude al llamado de su conde, amo y señor.
Anibal derrota a su propio orgullo.
Ahora, todos enhiestos, interceden para atenuar a la bestia.