Al nacer uno no recuerda esos fascinantes nueve meses dentro de la incubadora maternal. Para no incluir excepciones, y caer en campos de la patafisica, yo tampoco recuerdo nada de lo acaecido dentro del útero. Al salir, las frívolas manos del individuo anónimo que me exilio de mi casa rodante rozan mis pequeñas piernas pero no alcanzan a tocarlas. Me siento como un águila, aunque aun no tenga idea de lo que es. Luego el descender a los brazos envolventes de mi madre. El anochecer acontece. Un breve soneto de luces florece mi gusto por la noche. Y al fin acontece, Morfeo se apodera del ambiente e impregna los alrededores de ondulantes montañas y una opulenta fauna anglosajona que...me divierte. Y así, saborear los últimos pincelazos de vida onírica antes de despertar al fin y verme otra vez, amparado en una nueva casa, ya esta ves no rodante.
Esta pequeña introducción de mis primeras reflexiones al nacer sirve para demostrar que de una pequeña noción se pueden establecer las bases de un potente relato breve. La idiosincrasia de todo cuentero que se haga llamar así debe por lo menos declarar esta máxima. Esa es mi biografía, no voy a caer en métodos detallistas de mi vida.