Me senté. La rutina no cambia. Mi madre continua, expectante, la preparación de la chocolatada. A pesar del oficio y vocación elegidos aun piensa que soy un infante, y yo lo creo, al oler el elixir de ricura al límite de la taza. Y luego, el éxtasis. Ya acomodados, incurro en preguntar por papa, ya conozco la respuesta depresiva de mami. El casi nunca atisba a mi madre. No tiene tiempo. Ella siempre saborea los breves momentos de confidencialidad entre ambos, esos antes de caer en el viaje onírico o al desayunar. Trabaja todo el día, mi padre, pero no hay que criticarlo, el lo hace por amor, por mantener alegre a mi madre.
Como decía, ya acomodados, comienza mi tentativa por enseñarle lo ocurrido durante los últimos meses en mi imaginario. Primero, mi gran obra épica, trabajo hace dos años en ella. Su objetivo, o ¿será el mío?, es la resignificación de la alegría a mi vida. Mil quinientas páginas serán necesarias. Si, mil quinientas. Dos tomos. Uno nunca sabe, las editoriales hoy en día piden menos de cuatrocientas hojas, salvando los clásicos por sobre lo nuevo. Pero mi éxito será total al poder contribuir con mis ganancias a la Iglesia de San Nicolás, el estado deplorable en la que se encuentra es devastador. Si mi oda a….mi es fecunda, estableceré mi futuro patrimonio en aquella Iglesia y su remota restauración. Continúo con mi último relato. Mi madre enciende la televisión, solo para verificar que nada fuera de este u otro mundo haya ocurrido. Banalmente la llamo para que mi mire, pero mi madre ya esta hipnotizada por la voluptuosidad de la caja ya no boba sino estupida e imbecil.
Y como surcando los cielos me detuve, mi capa adornativa, y medio kitsh, mojada disímil con mi cuerpo fue arrojada al fogón originado por los mazatecos. Ahogue mi persona. Mi madre arrojada ya totalmente en a la euforia del pueblo no prestaba esencial atención a mi laboriosa narración (unos cuantos meses de mi vida aprovechados y aglomerados en cuatro hojitas). Ella últimamente siempre se comportaba así. No me quejo. Lo único que seria objetable es lo hilarante de la situación. Yo, en paños menores, ellos, semejantes en vestiduras. Salvo que estoy a su merced, no respiro muy bien (la flecha rozo un pulmón, ¡uno de mis pulmones!), no veo casi nada sin mis gafas (el cansancio produjo desmesurada mella en mi), el agua me llega hasta el cuello. El lodo es insoportable. Irrigado es la palabra que busco para definir mi situación. Irrigado de malezas, de infortunio y de peligro.
Bruscamente se introducen en el lago, con sus pectorales como escudos formidables de la edad media y sus sables importados por otra cultura sin dejar de ser trans-culturada. Intento moverme, nadar, no obstante no recuerdo las estratagemas indicadas por Makuru, el guía, en caso de……………solo puedo rezar y hundirme si es posible, rezar por encontrar una piedra, un cuchillo, un metal punzante e inclusive un poco de arena para cegar provisoriamente a mis contrincantes en supervivencia. Rezar por mi madre que se ve atrapada, atrapada en los colosales tentáculos del pulpo cuadrilátero, ya ni asiente ante mi narrativa. Veo a mi contrincante en entretenimiento, parado en cuatro patas y me siento………me siento……….irrigado es la palabra, irrigado por tanta basura transmitida a todo el globo.
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