No todos los días (lo repito y el eco llega a mis oídos) no todos los días se mira al suelo y se encuentra una mano de Fátima. No es una mano, en el sentido estricto, o tal vez sí. Es un talismán, un objeto metálico y hueco, con brocados forjados como enrejado de ventana andaluza, con su cálido patio de adoquines. Amuleto dorado llamado Jamsa que protege de todo mal.
Está allí mismo, al otro lado de la calle, en la esquina. Ese rincón huele a cruasán recién hecho, bollo que nunca compro y que siempre huelo. Nunca entro al establecimiento que lo ofrece, si tuviera algo de valor lo haría, pero el temor al rechazo o a la mirada indiferente de la dependienta, de Azucena (así se llama
ella), me atormenta. Ahora arde la mano en mi propia mano, poseo la fe... si tuviera algo de valor podría usarla como el amuleto que es.
El objeto perdido ¿será ignorado por iniciativa propia? ¿Será también hallado por la voluntad del objeto? Tal vez perteneciera a una joven (fantaseo con su escote y el amuleto brillante, colgado al cuello entre sus cálidos pechos) cuya suerte poseo en este momento, la presiento, sin duda. Sin duda o con ella no puedo seguir aquí sin saber qué hacer.
En la otra esquina de la calle un joven anuncia, en la espalda y el torso, la venta y compra de oro. Reluce la mano ¿y si fuera de oro? Entonces compraría... no sé que compraría. Bueno sí, compraría chocolate, algo de Valor, el mejor chocolate de todos los tiempos, del buen cacao para hacer chocolate a la taza, del que huele a niñez, del que sabe a deseo...
También huele la esquina a chocolate, a cruasán, a esperanza y a sueños. ¡Tanto valor! se necesita para decir, algo que deseo desde que se colocaron los cimientos del establecimiento, desde que pusieron las calles... Desde que Azucena con ademanes de ilusión y empeño abrió la puerta del local por primera vez. Con las comisuras levantadas, los labios entreabiertos y la mirada distraída, me atrevería a decir que dejó rodar una lágrima por su mejilla. Desde entonces anhelo el momento de tener algo de valor para entrar a la tienda, mirar al frente y decirle:
¿Cómo no quererte? Porque es más fácil decir te quiero que reconocer no poder hacerlo. |