Despertó sobresaltado por el sueño recurrente en turno. Esta vez no eran garras que lo atraían a una alberca en donde moría ahogado, ni perros de ataque que lo perseguían incansablemente hasta lograr alcanzarlo. Esta vez el sueño le daba más terror que nunca. Es porque no le entiendes, pensó, y era verdad, los sueños anteriores eran concretos, sabía a qué temerle y quizá, de cierta forma, hasta cómo escapar. Pero esta vez era diferente, no tenía ni siquiera una ligera idea de qué era con lo que estaba luchando y por lo tanto no podía imaginar una forma de vencerlo.
Ya no pudo dormir nuevamente, como le pasaba siempre que los sueños lograban perturbarlo, y cuando se cansó de estar acostado decidió salir a caminar.
Eran apenas las cuatro de la mañana y las calles estaban vacías, todo parecía más muerto que de costumbre porque no había ni siquiera una palabra, un gesto, un grito de otra persona que le hiciera recordar que existía la vida.
Iba pensando en su sueño, recordando esa sombra que lo perseguía, que lo acosaba por caminos que él no conocía y que siempre, sea cual fuere el que eligiera, lo alcanzaba. En esa parte, justo antes de que lo atrapara era cuando él despertaba e intentaba recordar fielmente todo el sueño, pero sólo podía acordarse de partes muy aisladas y todavía no podía comprender a qué se debía su miedo.
Un automóvil se acercó iluminando la calle parcialmente. A Juan le pareció que la vida resurgía en ese momento, pero sólo duró segundos. Es por el ruido, pensó mientras la luz se acercaba, la muerte debe ser muy parecida al silencio. Justo en ese momento una chispa iluminó su rostro: la certeza de haber descubierto algo que cambiaría para siempre su vida.
Le vino a la mente la imagen de la sombra que aparecía en su sueño premonitorio y al fin pudo comprender de qué se trataba: era la muerte. Antes de que el automóvil lo golpeara Juan sonrió, estaba feliz porque ya podría dormir y además, en tantos años, era el primer sueño que cumplía. |