Aquella noche; no fue una noche como las demás.
Sublevado ante la realidad de ser esclavo del recuerdo, tras las rejas de una vieja prisión de soledad, aquél hombre, rompió con las cadenas de su propia conformidad y "arrecho"; salió a la calle, en busca del significado de la vida por la vida misma.
Primero la buscó en el fondo de una botella de alcohol, y en las piernas sensuales de una prostituta. Luego, en el amor explosivo de su compañera, y más tarde en la sonrisa de un niño. Pero aun así, el hombre se sentía solo, inconforme, vacío.
Desesperado; en un arranque de locura, tomó el cielo por asalto, e hizo la Luna prisionera, la esclava de sus pasiones, su amante incondicional, hasta hacerla concebir una estrella, la primera de ellas, la más grande de sus sueños.
Esperó mil años para verla nacer, y otros mil para multiplicar su amor en la distancia, en el espacio, y en el tiempo. Hasta convertirse en el padre de todos los astros, en el amo de todo el universo.
Desde entonces; lo vemos salir al alba, tras cada mañana, con aire de grandeza, mostrando con orgullo sus canas y su barba, el símbolo de su omnipotencia narcisista.
Aquella noche; no fue una noche cualquiera.
Aquella noche, fue la primera noche que tuvo:
Un rojo amanecer!
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