¿Y tiene río?*


El corazón se me oscurece al recordar como el mar se ruborizaba cuando la ballena herida buscaba una puerta que nunca alcanzaría. Tras de ella los hombres con tórax de madera, cuarteados de viento y de frío —imperturbables— la perseguían.

Cuando caminaba por las dunas del desierto, escuché ruidos que flotaron en el viento. Luces que coincidían en el cielo y por último el silencio disperso en la oscuridad. Al día siguiente había un niño con un cuaderno que interrogaba a un señor que hincado componía su avioneta. Sabía que las palmeras de dátil eran espejismo y seguí de largo.

Después sofocado por el calor de la selva -soportando el dolor del brazo- continuaba mi camino. Llegué al río grande. Serví de balsa a un hombre que agredido por una sierpe, me pidió lo llevara a su terruño para percibir la sospecha de que podría vivir.

Cuando seguía al sol, caminé sobre un pedazo de muerto —una cinta grisácea que se miraba como una lengua—. Aridez de lado y lado y aún más allá. Piedra y más piedra y una que otra hierva que contradecían a la prudencia. Estaba la mujer en el suelo abrazando a su hijo y eran arrastrados por un sujeto que les gritaba: “¡largo de aquí!” "¡Fuera!" Después, otro varón al verlos muriendose en el camino, humedecía sus labios con sudor de agua.

Me refugié con los humanos y observé que para subsistir, ellos tienen que olvidarse de sí. Su memoria es débil. Exigen, envidian y cultivan la soberbia. Alaban por alabar. Sí pueden obtener. Atropellan al cometa, al grillo y a ellos mismos. Podrían competir a ser tristes, inauténticos e insensibles.

Llegué. Sobre la poza los árboles resguardan la frescura del agua cuando el sol arde y hay tibieza si el viento de la montaña merodea. Tiempo después llegó él. Nos conocimos y una tarde decidió vivir en la parte superior. Exhausto me dijo un día:
-La casita está lista. La hice siguiendo los consejos del abuelo. Las paredes son de bloc de piedra volcánica. La cubrí con mezcla de barro y raíces de hierba olorosa; Después que estuvo seca la cubrí de cal. Para el techo construí la rejilla con madera de zapote. Acomodé la teja. - teja que se hizo en Comala con un barro que no tiene tiempo; extraido de las minas de la Media luna-. La casita tiene dos aguas y sus declives. El cielo se hizo con tablas que machambradas encajan milimétricamente. Dos ventanas, dos puertas, sobre la parte de atrás su cocina y su servicio de fosa séptica. El piso está revuelto con piedra rojiza. El tinte amarillo me lo dieron las flores de cempasúchil que están con sus cuerpos recostados y meditan que la vida es un instante.
Recorde las palabras de la abuela: "una casa sin flores es oscuridad" y agregaba "Sí puedes cuidar de ellas entonces eres promesa de gran varon.

El que construyó la casita se llama Sendero y tiene varias mascotas una de ellas es Pacorro. Llegó del cielo, —por un descuido del Aguilucho—. La mata de helechos que crece a la orilla amortiguó su caída. Poco habla. Sólo dice: gracias, buenos días, soy burro, con permiso. Cuando está contento chifla el “cielito lindo.”
Mañana cumplo cien años y Sendero me dará un pastel de lechugas marinas. Le he prometido una historia. Una tortuga como yo tiene tanto que decir… Ya iré contando.

*Arihua