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Se sentó detrás del pupitre, y sintió que con todo su peso, el año le caía encima. Era diciembre. Más de mil trescientas horas de clases hechas en cuatro distintos niveles. Cinco consejos anuales y otras tantas sesiones de consultas más reservadas. Altos de pruebas y trabajos minuciosamente revisados.
¿Estaría secándose su vocación o era puro cansancio?
Contempló como desde otra dimensión, los movimientos de aquellos jóvenes que la saludaban con afecto: “Hola señora ¿Trajo las pruebas”.
Ella pese a todo su mundo, sonrió. Metiendo su mano al bolso de tela raleada, extrajo un manojo de pruebas perfectamente ordenadas. Hubo un silencio breve en la cabrería, que procedió a obedecer lo que Graciela dijo levantando la voz levemente: “Siéntense y guarden silencio. Repartiré las pruebas”.

Procedió sin prisa a distribuir en orden ascendente las pruebas del numeroso curso que tenía al frente. Cada estudiante al momento de ser nombrado se ponía de pie y procedía a retirar su prueba. Uno de ellos, Manuel, fue nombrado en la categoría de las calificaciones azules y dentro de éstas, aquellas del rango cinco. Se acercó algo tembloroso. Estiró su mano y al hacerlo, la profesora, levantó la vista, sonrió y le dijo: “tienes hondura muchacho. Si que la tienes.” Él se conmovió sin entender del todo esa frase críptica, que la profesora con la cual había tenido sus encontrones, por vez primera en el año, le había dirigido.

Volvió a su puesto, doblando con delicadeza la prueba para mirarla más tarde detenidamente. Al hacerlo hubo de atravesar la sala, escuchando algunas murmuraciones y otros tantos gritos: “Regalo de Pascua pa´ vo Manuel.” “Al fin te integraste a los azules.” “Pudiste ablandarla, compadre”. Él, casi no las percibió. Su “rollo” era interno: “tienes hondura, muchacho…” ¿Qué me quiso decir con esto? Me suena positivo. Su rostro, su entonación, su mirada; me parecieron evidencias de algo positivo”. Se sentó y mientras cavilaba, fue desdoblando la prueba. Contempló como estaba repleta de observaciones. Observaciones que corregían, otras completaban, otras agregaban comentarios y proponían ideas complementarias a las expuestas por él. “Debió gastar harto tiempo en corregir mi prueba”. Fue leyendo cada una de estas observaciones que estaban ordenadamente dispuestas. Eran cinco preguntas de desarrollo. Su mirada se detuvo en la tercera: “Ud. integra el tribunal de la historia, erigido sobre los restos del Muro de Berlín. Frente a Ud. tres personajes de la Guerra Fría. Nómbrelos, explique sintéticamente el por qué de su elección. Y emita justificadamente una sentencia respecto de cada uno de ellos”. Su respuesta, hecha con esmero y reflexión alcanzaba media página. Nunca el escribir analíticamente, había sido su fuerte. Al final un comentario. “Podemos esperar de ti, un corazón ardiente, unas entrañas de misericordia y una mente clara y precisa”. Volvió a leer su respuesta para descubrir en ella el corazón y las entrañas. La mente clara, la reconocía.

Pasó un buen rato absorto en sus cavilaciones. Sólo la voz cercana de la profesora, lo devolvió a ese espacio compartido que era la sala.
- “Manuel, ¿algún comentario a tu prueba?”
- “Aún no, Señora. Pero me podría decir ¿dónde están las entrañas y el corazón en todo esto?”
Ella señaló con su índice, un par de renglones de aquella respuesta y agregó:
- “Cuando tú asumes la justicia como primer e ineludible peldaño de la convivencia social, pero eres capaz de supeditarla al perdón y la misericordia; se abren compuertas de esperanza. ¿No te parece?”
Manuel escuchaba con avidez queriendo captar todo respecto de lo cordial y entrañable de su respuesta. Volvió a quedar ensimismado. No tenía para nada todo resuelto.

Habiendo terminado la clase, parada bajo el dintel de la puerta, Graciela se fue despidiendo uno a uno de los muchachos. Manuel se restó para el final. Cuando le tocó el turno dijo:
- “Profesora, aún estoy trabado con la prueba”.
- “¿Por la nota?”.
- “No, no, no. Por sus comentarios. ¿Verdad que Ud. percibe en mi hondura?”
- “Nunca escribo algo que no creo, Manuel. Menos con Uds.
Si. Te lo reitero: tú tienes hondura. Lo que yo llamo humanidad profunda, posibilidad grande de cultivo. Guardando las proporciones, por ejemplo con Ghandi; tú eres en ciernes, un alma grande”.
Manuel escuchaba atento, razonaba a chorro y se sentía perplejo. Con algún rubor miró de frente a su “profe”, le brindó su diestra y acercó su rostro para besarle la mejilla. Ella aceptó aquel saludo, sintiendo que en ello se sellaba por ahora, un misterioso proceso llamado educación.
El muchacho desestibado por el comentario, buscaba nuevo equilibrio pero con mayor aprecio por si mismo, pero también por su profesora. Su corazón se henchía de alegría, su mente era desafiada y sintiendo un apretón en su “guata”; atravesó aquel dintel de tantas jornadas. El año llegaba a su fin.

Texto agregado el 30-11-2007, y leído por 92 visitantes. (0 votos)


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