La fragilidad de su espíritu se hacia evidente con cada grito, la escasa edad y la falta de experiencia permitían que las grietas de su debilidad, se multiplicaran con un ritmo exponencial. Por más que luchaba, no lograba encontrar refugio, los gritos seguían penetrando en su mente. Cerrar los ojos, apretar la boca, cubrir las orejas con las manos eran ejercicios inútiles, el sonido penetraba con mayor profundidad.
No lograba coordinar una respuesta, silencio era lo único que surgía de su boca, inmovilidad la respuesta de sus miembros.
La llegada del golpe, seco, fuerte y cargado de desprecio, cambio todo en un instante, gritó, lloró, pataleó y finalmente logró romper las cadenas que lo mantenían unido a la realidad, finalmente logró huir. El precio fue muy alto, nunca imaginó la profundidad de
aquel precipicio de melancolía infinita en el que cayó y del que jamás lograría salir.
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