Con cariño para Edna Rodríguez
Entré con timidez y respeto. Para llegar al corredor eludí flores de durazno y arabescos de arañas en los perones. Salió una niña espigada, pelo largo, tez morena y una sonrisa franca. Le pregunté. — ¿Aquí vive la señorita Edna?
Asintió. Me vio cansado y me ofreció una poltrona. Acepté y se lo agradecí devolviéndole la sonrisa.
—Dice mi hermana que si no la espera tantito. Al mismo tiempo que me traía un jarro de agua y otro de café.
—Ahorita le traigo pan, verá que le gustará reteharto, pues anoche hizo mi abuelita.
¡Claro que me gustará! Este pan sólo lo comes por estas tierras de frío con hornos de barro. —Pensé.
El corredor largo estaba resguardado por grandes macetas con helechos, azaleas y enredaderas que al escalar llenaban los ángulos formando un arco de hojas y flores.
Salí antes de que se poblara de sol la mañana. El pasto vidriado de rocío era una película donde se imprimía mi sandalia. Me pregunté ¿Cuántas generaciones habrán transitado por estos senderos? Miré muy lejos y vi correr a los Mexicas llevando el pescado fresco a Moctezuma, luego el trote de los caballos que rompían el silencio cuando se dirigían al altiplano. Soy último tras de mí, nadie viene, a nadie veo. A cada paso mis sandalias hacían saltar a los chapulines* que parecían serpentinas de colores. A los lados del camino se levantaban columnas pétreas que imitaban enormes cirios desparramando guijarros. El viento enfríaba mis orejas y las oculto bajo el cuello de franela. Las sombras se han ido, pero han quedado sacos de niebla que entorpecen la mirada, y casi colisionó con enorme piedra. Sobre ella había una iguana que simula un tiempo de hace miles de años y que da la sensación de vigilar el paisaje.
El sol descubrió por infinita vez los volcanes. ¡Qué majestuosidad! imagino la dicha de estar sobre su corona. La inmensa alegría del trepador al conquistar la cima.¿ Qué sentirán? El aliento pobre, las fuerzas al límite y el corazón efervescente de plenitud. La mirada que dejaron caer, sintiéndose en ese momento águilas serpeando entre nubes y riscos:¡ Sentirse Dios ! un millonésimo de segundo y después la humildad, que es la mejor manera de estar en paz consigo y con los hombres. La vida tiene muchas montañas. Mis rodillas viejas se duelen al peso del frío. Sin embargo he decidido ser un trepador y admirar la belleza desde el cielo. Qué importa si no soy ave, nube o pandorga**.
En el trayecto vi prehistóricas nubes, y el viento traía manzanas; me agité por la cuesta y el pulso rompía en mis sienes sacándome resoplos. Atrás dejé una casa sencilla, soleada, mis libros y una mecedora. Estuve por regresar; pero seguí, y el dolor lo olvidé y bebí las percusiones de mi corazón. No estaría mucho tiempo fuera, las horas pasarían con su paso acostumbrado. Así que me dispuse a disfrutar y a darle lectura a ese enjambre de colores que desfilaban en el cielo. El gris abochornado por no ser azul. A lo lejos el amarillo eléctrico columpiándose en un árbol y mis chapulines que corrían asustados cuando mis sandalias raspaban el camino. Aspiré hondo y dije que el tiempo va y viene. ¡Nada cómo este camino!
Mi desasosiego se fue nublando y salieron de mí, viejas canciones que tarareaba cuando regresaba de la escuela... ¡ánimo Rubén! Por el sendero topé con nopales agredidos por caminantes. Las pencas tenían cicatrices blancas, pero las hojas jóvene colmadas de espinas que parecían estalactitas verdes, y aún más, si miraba hacia arriba se formaban una procesión de tunas.
Nadie inventó la campana, éstas ya existen en forma de flores, las ladea el viento y tintinean perfumes. Encontré un campo de ellas con diferentes colores. Bajo las piedras bostesaban las lagartijas. Había un ajedrez de vida, donde cada pieza tiene una labor y todas se ordenan de manera celestial. Nadie intenta suplir, cada quien es como es y eso lo define como auténtico. Amo a las personas por esta cualidad y no por la apariencia. Me río al imaginar a una campana que suene como rebuzno.
Llegó tu mano a mi boca. La niña que me recibió, trajo un café con panela en un pocillo de barro. Y un pan que no comía desde niño, por un lado había galletas de agua y por el otro, el olor inconfundible del marquesote. Tu mano tiene olor a café y de hospitalidad y el afecto que la niña me da, me hace pensar que así eras tú. " No quiere que le traiga un poco más de café" ¿Desea otra cosa? sonriéndole le di las gracias a ella y a Dios.
Olor de café, marquesote y manzanas, el garabateo de las aves en el desfiladero y el rumor del agua, cuando la cubeta se atraganta en el pozo me ofrece placidez. Arriba los colores ensangrentados del framboyán y la buganvilia en flor enmarcan el día. Escuché el taconeo. Ese golpe que hace la porción de cuero cuando se hinca sobre el piso de loza. y cerrando los ojos, imaginé un cuerpo ágil. Te vi con tu pantalón de mezclilla y tu blusa blanca con detalles de color de rosa. Nos saludamos al unísono, besé tu mejilla y me envolvió el aroma del jabón y después el de hierbas en tu pelo oscuro. Me invitaste a seguir sentado y nos quedamos en silencio. Yo me dije, que eras una niña, juiciosa, de piel que se eriza cuando el hombre muerde inmisericorde la naturaleza, o bien cuando miramos al reyezuelo pisotear las intimidades de una raza despojada. Todo eso pensé cuando te vi. Yo no sé que te dirías, pero tus ojos tenían agua limpia. Me regresé con la imagen de una mujer dispuesta a darse a sus semejantes. Regresé por el mismo camino, lenguas de roca, vientos de aroma y un sol ya enfebrecido miraban mi retorno.
chapulines.-grillos
Paandorga-cometa |