II
Porque el milagro debe surgir de la soledad,
no podría ser de otro modo,
y así como un dios desesperado agonizante gritaría,
surge entre las sombras una nueva luz,
"elohim, elohim, lamá sabacjtani",
qué grito más desolado, qué perfecto ejemplo
de soledad estando acompañado.
Sí, en la muerte uno está solo,
dios u hombre,
solo.
Así el tímido rayo de luz que surge de la noche,
de esa noche tremenda más negra
que la más negra noche plutoniana.
Como el genio no educado que a pesar,
y precisamente a través de sus obstáculos
aprende a desplegar su inteligencia,
refinada por el roce con otras disciplinas,
abrumada, exhausta, rebosante de experiencia.
Así surge el milagro envuelto entre disfraces,
y unos lo encuentran aburrido, otros excitante,
en apariencia no es sino otra huérfano del azar,
sí, otro producto aleatorio del devenir eterno,
de la eternidad del instante de la muerte,
¡Sólo eso!
Un huérfano maldito de la suerte, del hado,
consecuencia fortuita, eslabón en marcha
hacia su inexorable destino de la nada.
¡Ay! Si lo reconocieran,
qué de cosas nuevas veríamos surgir de pronto,
por todas partes, flores, árboles, vida,
Sí, surgir la vida como surgen de pronto las estrellas,
tras la noche de la peor tormenta cuando las nubes,
se disipan en una muerte también perfecta.
En soledad, todo siempre en soledad,
en monólogos que resuenan produciendo ecos
que tienen forma de respuesta, pero no son otra cosa
que la esencia de la esencia de otra sombra,
producto del instante de la muerte,
efímero y eterno,
como el suave revoloteo de la diosa polilla,
como la ola, como el relámpago, como el trueno.
Soledad perfecta que produce de su cabeza
- Palas exultante de sabiduría -
los mundos, los lenguajes, los milagros,
sí, los milagros más perfectos.
Todo condensando, todo, en un instante,
que el instante mismo es el milagro,
sin otro origen ni otro destino que precisamente
esa soledad que lo aprisiona,
a la que se aferra en sus límites estrictos,
de la cual no quiere separarse, pues le teme
a la vecindad con otras formas,
a lo que hay más allá de sí misma,
a lo desconocido que nunca se ha atrevido a vislumbrar.
Pero el milagro es ella misma,
producto de sí misma, a su propia imagen y semejanza.
Porque es perfecta soledad,
autorreferida siempre, sin límites más allá de sus propios límites,
a los que se aferra eternidades para no morir.
Piel del universo que lo abarca y lo contiene.
¡Qué milagro más perfecto!
¡Producto excelso de la más pura poesía!
Pero al mismo tiempo sujeta a las más estrictas leyes lógicas.
Sí, argumento irrefutable en verso.
Porque esa soledad, ese milagro y, en fin todo,
no puede mas que pensarse con palabras,
y lo que se creía no tenía más límite que sí mismo,
no era otra cosa que un conjunto de voces,
adquiridas por el hábito del niño,
aplicadas por la costumbre del joven,
encontradas estúpidas por la experiencia del maduro,
amadas con amor de padre por el resignado anciano. |