Mi hijiita aplaudía entusiasmada el número del encantador de serpientes. Esperé hasta salir del circo para decirle que las serpientes,aunque aparenten bailar al son de la música, en realidad no hacen más que imitar los movimientos del cuerpo del flautista, porque son sordas.
Hacía mucho que había prometido llevarla al circo y estaba contento que le hubiera gustado tanto, porque volvería a la casa de su madre (mi ex esposa) contando que se había divertido.
En realidad, lo único que reconoce Julia, es que siempre fui un buen padre.
Ahora que estamos separados ya no tengo que soportar sus recriminaciones; ella solía decir que yo siempre me esforzaba por aparentar lo que no era y sacaba a relucir esa vieja historia de cuando dije ante unos conocidos, que al día siguiente tenía que ir al Conservatorio más temprano de lo acostumbrado, dejando suponer que era el director o al menos un profesor del instituto cuando en realidad, estudiaba allí el modo de arrancarle al violín un sonido decente.
Ahora que vivo solo puedo darme el lujo de tocar con las ventanas abiertas; Julia no me dejaba, decía que ella no tenía más remedio que aguantar los maullidos de mi “Stradivarius”, pero no había porqué martirizar a los vecinos.
Con las ventanas abiertas el sonido tiene otra calidad y en esta casa hasta ahora nadie se ha quejado, al contrario, en el edificio de enfrente vive una jovencita inválida que cuando está en el balcón sentada en su silla de ruedas,escucha embelesada y hasta sigue el ritmo con los brazos como si fuera un director de orquestra. Al regresar del circo nos cruzamos precisamente con ella. Llevaba puesto el wolkman e iba acompañada por una persona mayor, Martita la saludó al pasar. Me sorprendí:¿la conoces?, es una chica muy musical. Le gusta escucharme cuando toco.
Martita me miró con un aire entre escéptico y compasivo
-Es la hermana de una compañera de colegio. Mira si será tonta, va siempre con el walkman para que la gente piense que escucha, pero en realidad es sorda como las serpientes.
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