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Sobre el sofá amarillo reposé lo poco que quedaba de mí. En ese apartamento decorado a lo fashion y contrastes chillones. Mucho tenía de color y poco de luz.

Una noche antes dormía entre cartones y de almohada un perro con sarna. Sofía, que entonces no sabía ni que existía depositó un billete de cincuenta euros entre mis manos.

En pleno agosto y a las dos de la tarde en España la sed se mezclaba con mi alcoholismo y aproveché para comprarme tres cartones de vino, dos cajetillas de Record verde y un trozo de mortadela Citerio. Lo demás, esperar al camello.

Cinco días después volví a ver aquella linda muchacha, digo lo de linda no por su generosidad, sino también por su cara, por no hablar de sus caderas y pechos.

Pasó de largo, como si no existiese, no es que no estuviese acostumbrado, de los demás poco me importaba, sólo las migajas que algunos dejaban en forma de hojalata sobre el cartón.

Ella era diferente, generosidad y belleza. Ya me había masturbado pensando en ella, después del chute de heroína brindado por ésta.

Bueno, el hecho es que la seguí con una distancia prudencial no por no incomodarla, tan sólo por verla contonearse en un plano más amplio. Entró al supermercado, yo me quedé fuera pidiendo con cara de hambre y escarbándome las costras del brazo, mientras mi perro se rascaba las pulgas, las suyas y las mías.

La joven salió al rato con dos bolsas de compra y me presenté. “Me llamo Ramón, y me siento muy agradecido por tu generosidad”.

Bueno, las descripciones no son lo mío y los detalles tampoco. Lo único que merece la pena mencionar es el hecho de que terminó reconociéndome y recordando el gesto que había tenido cinco días antes. Y accedió a que le llevase la compra a su domicilio.

Yo gustoso la seguí con las bolsas en la mano, ella recortaba el paso para caminar a mí par, yo en cambio trataba de permanecer algo por detrás a sabiendas que la intimidaba. Cuanto más lento ella, yo más me rezagaba y más largo el tiempo del camino. Maravilloso, su figura contoneándose entre la multitud.

En fin, llegamos a su portal. “Calle Olivares, número 38, Madrid”. Se detuvo sonriente y le devolví su compra. Ella sacó del bolsillo diez euros que yo rechacé. “Soy yo quien está pagando una deuda, no tú”. Insistió, yo me negué.

“Adiós cielo”, adiós le respondí.

Tres días después me invitó a comer. Comida caliente. Después de tremendo banquete reposé lo poco que quedaba de mí mientras ella yacía violada, muerta y asfixiada sobre la alfombra.


Texto agregado el 10-04-2007, y leído por 379 visitantes. (19 votos)


Lectores Opinan
10-03-2008 Y el perro? colomba_blue
29-04-2007 La sensación de leer esto debe ser como tomarse un café y ver una araña muerta en la taza después de tomar el último trago... No digo que sea malo, sino que lo disfrutas y te atragantas al final, pero aún así es interesante gabygaby
22-04-2007 Ufff!! qué impacto de final. Qué buen relato compañero.***** Gadeira
18-04-2007 Marginal, crudo y real. Felicitaciones y saludos. Entinieblas
16-04-2007 ufff que impactante, sin palabras... nocheluz
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