Sentados sobre la arena de Merquiche, día nublado, un viento norte silbaba, el revoloteo de las gaviotas en busca de su alimento anunciando la lluvia, algas verdosas como sus ojos golpeando las rocas, rodeadas por olas amenazantes y furiosas, el escenario es perfecto, sino hubiera sido por la lluvia tibia y poderosa que recorrió nuestras mejillas, nos contemplamos, platicamos largas horas, recorrimos nuestras vidas, nuestras andanzas, nuestros sueños y realidades, sólo nos faltó comentar la fallida inmortalidad del cangrejo, poco a poco nos acercamos, nos besamos, al principio tentativamente, luego con curiosidad y pronto con la pasión acumulada en muchos años de distraer con encuentros banales la necesidad de un amor, corrimos por las doradas arenas hasta llegar casi en vilo a mi refugio veinteañero, descansamos sobre mi cama, poco a poco, suavemente, acaloradamente, desesperadamente, su aroma a hombre sano, un olor a limpio, sin rastro de fragancias artificiales, el caracol de sus orejas y el interior de los muslos donde la piel palpitaba al contacto, mientras el aire se nos iba tornando más denso, sentimos nuestros cuerpos estremecer, vibrar de placer, desnudos a la par, su sudor en mi cuerpo, sus manos poseyendo mi ser, ardorosa sensación de despegue, mi cuerpo se desvanece, se deja atrapar en esta prisión de amor furtivo, el sabor de sus labios húmedos, su lengua sana, su lengua que acaricia, dulce sensación, amarga tentación, recorres mi cuerpo pequeño, estudias cada centímetro de mi piel, en tanto ya dentro de mí como un brioso animal que necesita ser domado, una caliente urgencia se apodera de mi vientre y ondulando mis caderas, escapando gemidos, hasta no poder más, nuestros cuerpos fundidos, sobre él, convertida en una entusiasta amazona, inmovilizándome entre sus piernas.
La impaciencia o la fatiga me hacían torpe, culebreaba buscándolo, pero resbalaba en la humedad del placer y el sudor en invierno, compenetrados en un solo cuerpo, desfigurados nuestros rostros, con una mueca de satisfacción, felicidad y frenesí, éxtasis sublime… la risa era nuestra, me desplomo aplastándolo con el regalo de mis pechos.
El trastorno de mi cabello revuelto, bucles que son como espirales que suben y bajan, mi pecho palpitando a mil por hora, así abrazados, riéndonos, besándonos y murmurando tonterías. Finalmente nos dormimos ovillados en un enredo de piernas y brazos, descubriendo en los días siguientes, que ambos dormíamos para el mismo lado.
El tiene facciones delgadas y regulares, su cabello dorado, esparcido sobre su delicado cuello, cejas pobladas, nariz aguileña, sus ojos claros irresistibles, con una agradable expresión de melancolía, su contextura espigada, brazos largos dispuestos a acoger mil aventuras, fantasías, sus manos generosas, buscadoras de placer y gozo. Su mirada es taciturna, vaga, pensativa, su mente atiborrada de ideas, ficción, magia, creatividad, sueños no cumplidos.
Descubrimos que nos molesta de sobremanera levantarnos temprano, que si cocinamos lo hacemos por necesidad, porque si bien es cierto mis platillos resultaron casi quemados, la ensalada preparada por él no era su fuerte, dormíamos como lirones entregados a los brazos de Morfeo, el agua de la ducha era tibia, no era de su agrado, le gusta caliente con vapor invadiendo el cuarto de baño, nublando nuestros ojos, haciendo más difícil encontrar nuestros cuerpos bajo la lluvia vertiginosa del invierno.
Las caminatas resultaron agradables y cansadoras, aunque si lo hubiera llevado a escalar el Villarrica lo habría echo con gusto, es raro nunca me tomó de la mano, por temor, vergüenza, quizás quería que yo tomara la iniciativa, mi mirada no era capaz de traspasar aún mis deseos contenidos.
Vuelca en mi la esperanza abrasadora de retenerlo a mi lado, más no salió de mi boca ningún gesto manifiesto, sumida en un dejo de discordia, egoísmo, petulancia y desdén, miedo, cobardía, vaciaron mi corazón y alma., convirtiéndolo en un ser vacío y deprimido, pestañear, sollozar en penumbras, lagrimas translucidas, el amanecer inquieto, abrir los ojos para anunciar la despedida, abrir la boca para esbozar un te amo, la mirada perdida susurrando el adios, ese que nunca debió llegar.
Te alejas vacilante, llevando contigo mi corazón, mi amor desmedido, mi ternura melancólica, mis besos acariciando tus mejillas, los colores parecieron desvanecerse a medida que te alejabas y comencé a extrañarte aunque nunca nos hubiéramos conocido.
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