Domingo: El paseo,corto, pero parecía kilómetros kilómetros de historias. La ciudad vieja me veía. Detrás de sus muros, los ojos. Allí me esperaba. Una cita casi muda. Caminé por la acera, sin voltear y él me seguió, como de costumbre, cada domingo. Agarraba mi mano, a veces mi cintura. Decía algunas palabras a mi oído, me excitaba. Pero su querencia invadía mi conciencia de reclamos. Algo me mutilaba la conciencia en cada domingo y a lo largo de cada día. Discretamente entramos al cuarto alquilado y nos amábamos como poseidos. Todo mi cuerpo se inflamaba, se humedecía de tanto besos y excitaciones extrañas. Su olor: tabaco, licor, agua de colonia. El mío, champú fresco, naranja, perfume francés. Y éramos uno, luego dos, luego tres. Disparó el tercero a mansalva. Yo, enredada en una sábana sin tiempo, vi su rostro. De algún punto de la muerte regresó: Hoy tocan a la puerta y presiento sus rostros, detrás de los muros. |