Quisiera alcanzar lo alto.
Para ello me empino sobre mi infancia, miro de reojo la adolescencia melenuda, que se apoya en un haz de música lumninosa y portuaria,
de una caverna remota.
Entonces; entonces siento profundo en mi alma,
el aire del delirio embobado, del encanto y la alegría que me abrieron a espacios, armonías y horizontes que aún hoy persigo.
Una bóveda inmensa, un abrigo en la mano;
el eco de lejanías y las presencias infinitas de tantos y tantos. Calor de un pueblo que se ha puesto a caminar a la intemperie. En él yo también camino. Estiro mi brazo como tantas veces en innumerables pizarras, y trazo sin más un círculo casi perfecto. La bóveda hace explosión y por vericuetos insospechados de la historia y versículos de una enmarañada geografía, transito paso a paso por una larga noche triste. Lo hago masticando un pan de plegarias, salpicando lodo y sintiendo el pálpito de la vida; que aunque recogida, late en germen de ebullición futura.
Mis hijos, ah mis hijos...es el cultivo de la vida que la he compartido.
A ellas, entre tanto, las aprecio con dolor y agradecido.
Las siento como nunca, las experimento bien adentro. Sus manos, sus pechos negros, su sabor moreno;
y ese aroma que me cautiva y emborracha y me pierdo por parajes que
transito sin tocar siquiera el piso.
Siento una brisa que me aliena, y solo entonces, los parajes son los nuestros, solo nuestros... tuyos, míos de nadie más.
Cuántas veces me perdí,
cuántas más añoro hacerlo...
Solos tú y yo en la sutileza de la donación y la hondura jubilosa de nuestra entrega.
Mi amor, solo en ti descansa mi alma.
Contigo y sin empinarme,
he alcanzado brevemente lo alto.
Me acerco a ti, miestras yaces a mi lado,
rozo tu calor y bebo de tu ternura;
para despertar de mañana
con la experiencia de estar siendo posible,
en el amor. |