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ESTELAS EN LA NIEBLA


Parte I


Contemplando con mirada apagada el retrato de su rostro que está sobre la chimenea de la sala de estar, pienso en ella. De pronto, en el cielo un estruendo acompañado de una gélida luz descuartiza el silencio de la sombras, y entonces empiezo a notar un extraño estremecimiento abordando mis venas, mientras descubro en el retrato su mirada enredada en el tiempo, y es necesario que vuelva precipitadamente la mirada sobre la copa que está sobre la mesita de cristal que tengo delante, para evitar atormentarme aún más, consecuencia de opresivos pensamientos.

Estoy mirando a través de la ventana. Un cielo gris que llora, patético, y que el ritmo de la lluvia que cae lágrima a lágrima coincide gradualmente con el latir de mi corazón. Y es así, como si mi ser articularía con cada rincón de este edificio colonial. Pero la lluvia cae y cada impacto contra la casona puedo sentir.

Ahora me vuelvo hacia la chimenea donde de aquel hogar de leños inmortales las flamas amenazan con escapar, atraídas por la mirada inescrutable que sostengo y no suelto, hasta que puedo sentir que el calor se hace cada vez más insoportable, mas profundo y me atrapa, entonces me aparto cuando mi piel empieza a derretirse, y así me encuentro despertando sin haber dormido, cuando escucho que llaman a la puerta. Me levanto del sofá. “Ya llegaste”. Me digo antes de darle el último sorbo a la copa que he cogido y termino por colocar sobre la mesita central. Atravieso la sala, enciendo las luces y antes de abrir la puerta me fijo en el reloj que está latiendo a un lado de las graderías. Y es casi medianoche…

Entonces, ella está aquí. Su rostro iluminado levemente por la luz del pórtico deja a lucir una ligera expresión de emoción. La lluvia nocturna de julio ha humedecido sigilosamente su cabello, que es dorado y lo trae recogido. “Bonne nuit, Franz”. Y esas palabras en francés crearon con el calor de su aliento nubecitas que no tardaron en desvanecerse. “Bonne nuit, Katherine”. Y como la primera vez que nos encontramos en Paris, con esa sonrisita delineadamente frágil, contempla sutilmente mi rostro que ahora está ruborizándose, pues mi mirada recorre su hermosa silueta femenina que por fin se pierde en sus labios, los que provocan en mi un deseo profundo, ese deseo lascivo otra vez, en mucho tiempo. Entonces, ella se acerca, me abraza y después de susurrar “Je vous aime, Franz” me besa, desesperadamente, y le correspondo “Yo también te amo, Katherine”.

“Te extrañé mucho”. Ahora estamos en la sala de estar. Sobre la mesita central hay dos copas de vino que permanecen intocables durante lo que me parecen cinco o diez minutos, talvez más, hasta que ambos las recogemos y brindamos sin decir nada. Entonces, recuerdo la mesa en el comedor: la cena que había ordenado a un restaurante nuevo en el centro de la ciudad, las velas y las rosas. La escena perfecta, preparada para descubrir la infidelidad de Katherine o un momento romántico que precedería a una velada de amor desenfrenado. Y estamos tomando un buen vino…

- ¿En qué vuelo llegaste? - le pregunto sin dirigirme a ella, mirando el reloj que está a punto de repiquetear, pues dentro de poco será medianoche.
- En el último… hace dos horas - dice ella antes de darle otro trago a su copa que ahora está mirando, la está agitando y se aclara la voz para terminar agregando-. El vino tiene un sabor extraño.
- A mí me parece que está bien - le digo tranquilamente, sin inquietarme, sin que me perturbe saber que su copa este adulterada con un sedante.
- ¿Sigues trabajando para la policía? - me pregunta después de dejar la copa sobre la mesa de centro.
- No... ya no - le respondo - Ahora soy un detective privado, tengo mi propia agencia.
- Bueno, señor detective - dice ella, remilgadamente, con una expresión de inocencia en la mirada - ¿me quiere interrogar, quiere saber si lo amo? – y termina diciendo esto en un tono seductivo.

De pronto, medianoche. Por algunos segundos las luces de la sala tiritan, yo me vuelvo hacia el reloj y luego hacia la arañuela que cuelga del techo, que de pronto se ha extinguido, y… un rayo rasga las nubes y se estrella contra la casona provocando que tiembla al mismo tiempo que los doce repiques del reloj empiezan a sucederse. En estos momentos, varias escenas de los crímenes que he cometido en estos últimos meses abordan mi mente. Pero, Katherine no sospecha, no sabe que no soy un simple detective, no sabe que puedo violar, torturar y asesinar. No, no conoce esa parte mía, y es que cuando estoy con ella disimulo la mirada fría con la que siempre acecho a mis víctimas, aparento estar tranquilo, aunque los sedantes que consumo me ayudan un poco. Silencio. Pero de todas formas, yo la quiero, pero no la quiero ver feliz, no sin mí. Su aventurera vida puede acabar esta misma noche. La oscuridad me permite evitar su mirada profunda, así que me limito a contemplar su silueta que de pronto se mueve. Ella se levanta, se acerca a mí y me toma de la mano, y sin que la penumbra o los fantasmas de la casona sobre la colina le aturdieran, me dirige a…

Nos encontramos en la habitación. La niebla asciende por las laderas de la colina y ahora envuelve la casona, se cuela por las rendijas de la ventana y nos sorprende, retozando en la cama, entre sorpresivos besos y caricias. Es la primera vez, después de dos meses, que le hago el amor a Katherine, pero un amor que no se compara al que sentía por ella antes de saber de su traición. Pero ella parece no conmoverse, puede que crea que yo no sé de sus aventuras ocasionales y eso limita sus sentimientos de culpa.

- ¿Katherine? - digo al vacío de la habitación.
- ¿Franz? - Katherine enciende la lámpara nocturna que está sobre la mesa de noche y cubre su pecho desnudo con la sábana, ahora con timidez, y mientras trata de acostumbrar su frágil mirada a la luz pregunta - ¿Qué sucede? - y ella se hunde en la cama, teatralmente, drogada totalmente por el sedante.

Me encuentro motivado, quiero saber la verdad. Ella está ahí, echada sobre la cama, su cuerpo velado por las sábanas traslúcidas y su mirada que se resiste a apagarse. Me mira y se sonríe. Parece ligeramente asustada, retraída, como si quisiera decir algo, pero no sabe de qué forma, cómo podría confesarlo. Me levanto de la cama y me acerco al tocador en donde veo mi reflejo. Mi rostro está mutando.

- ¿Sabes que tenemos mucho que aclarar? - le pregunto mientras toco el puñal que tengo guardado en una gaveta del tocador, junto a un frasco de vidrio llena de sangre y ojos- ¿Katherine?
- Me siento mal, Franz - me dice ella, conmovida.
- Yo debería sentirme así - le digo con una expresión congelada en el rostro, mientras examino las pupilas de mi colección.
- Lo sabes, ¿verdad? - dice ella sollozando.
- No llores, por favor - digo en un tono consolador después de cerrar la gaveta, y mientras me acerco empuñando el cuchillo- ¿Lo estás aceptando? Responde, Katherine - digo insistente, pero sin encontrar respuesta - ¿Katherine? - ella se ha quedado dormida.

Las ropas de Katherine están regadas por toda la habitación: una chaqueta de rayón, una falda de crepé de lana, una blusa de seda. Ahora me encuentro en el cuarto de baño buscando desesperadamente algún sedante que alivie estos malos pensamientos. Encuentro sólo uno, aquel que trago atorándome con el áspero sabor de una copa de whisky. Vuelvo a la habitación donde Katherine duerme. “No puedo hacerlo”, me digo mientras me acerco a la cama “Yo la amo”, y ahora me encuentro echado junto a ella, escuchando su leve respiración que tanto deseo ahogar…


Parte II


En esta noche de invierno, de cielo cubierto por una piel cadavérica, en la que la luna esta ausente, y las nubes coagulan en sus grises entrañas las gotas de lluvia que impactan tenuemente sobre el parabrisas, me encuentro conduciendo por un sendero fragoso, a la luz pálida de los faros del Porsche que descubre tramo a tramo la travesía. Conozco el lugar perfecto para enterrar a Katherine, siguiendo por aquella trocha que me llevaría pronto a la ribera del río, donde terminaría todo, absolutamente todo. De pronto me encuentro extrañamente tranquilo. Con una ligera expresión de satisfacción, arqueo una sonrisa que va reemplazando el delineado gesto de mis labios.

Entonces, me he detenido, suponiendo que estoy perdido, pues esta parte del camino no recuerdo haber cruzado ayer por la tarde, cuando regresaba del río. Pero sólo me he puesto nervioso, y al notar en el mapa que equivoque la ruta en el último cruce de vías, algunos metros atrás, retrocedo, cuidando de no descaminarme mucho, pues a un lado hay un precipicio, cuyas fauces exhalan un frágil resuello agudo que silba entre los arbustos lúgubres de la ladera. Encuentro el camino del río y lo abordo nuevamente.

Estoy llegando, muy cerca de la ribera, y puedo escuchar el rumor del río, agitado, estremecido por su propia furia fluvial, y por alguna razón ya no esta lloviendo. Entonces, se abre una brecha en el cielo gris, la luna asoma tímidamente por detrás de unas nubes crudas, entre las estrellas que invaden mi atención, y ahora que acelero, pues no quiero que los neumáticos se atollen en el barro, experimento miedo al creer que aquellas lágrimas de cristal retozarán por siempre sobre ese mar de azul profundo, vigilándome, tiritando como la luna que está alta, extrañamente rodeada por una arco iris. Y contemplando el infinito, puedo recordar la escena de esta noche…

Echada en la cama del dormitorio, su cuerpo se sacudía, agonizaba en un charco sangriento, dando los últimos espasmos de vida. Ella estaba ahogándose en su propia sangre, pues la primera puñalada le había rebanado el cuello, y gemía mientras me miraba con fragilidad, mien1tras la desesperación nublaba sus ojos. Y yo no pude hacer nada más. Ella se apretaba el cuello, su delicado cuello, pero ya había perdido mucha sangre, y pronto su corazón empezaría a morir, su corazón que ya no latía por mí…

Mi novia está muerta en el portamaletas del coche. Me apeo del Porsche y al salir, un leve hálito de humedad me envuelve. He abierto el portamaletas, y puedo encontrarla ahí, mirándome, con los ojos encendidos, pero con la mirada apagada, la mirada congelada en el momento en que la última puñalada mortal le hizo estremecer, consecuencia de la desesperación…

Está amaneciendo. Entonces, he descendido por la ladera que llega al río, recorro la ribera con la mirada, buscando la fosa que preparé ayer por la tarde (para ella), la que encuentro junto a un montículo de tierra. Un rastro sangriento ha seguido mi travesía y lo he descubierto a la luz de la luna que ahora ya no me acompaña, pues otra bandada de nubes cubre totalmente el cielo. Y allá atrás, la colina coronada por mi casona es la única testigo de este funeral clandestino. Después de arrojar los restos a la fosa, un sentimiento irreconocible se apodera de mí y el cielo empieza a llorar, otra vez…


Parte III


Estoy de regreso en la casona. Me encuentro en la habitación, sentado en el sofá que está frente a la cama, mirando fijamente a través de la ventana el amanecer que destella por detrás de otra colina, aquel amanecer que desgarra la piel nocturna… poco a poco… y las nubes ahora son tersas y blancas… y un breve parpadeo de la luz y ahí está esa terrible fosa incendiándose en toda la nirvana de su poder… amaneciendo en mi fría mirada… y no puedo resistir más… está sucediendo lo peor… la temporada de lluvias ha acabado… el calor derretirá la niebla… no habrá más precipitaciones hasta el próximo año… no más cielo gris… primavera…

Entonces, me vuelvo hacia la cama… donde el rastro de la desenfrenada noche de amor está desapareciendo tras el rozamiento solar… la sangre marchita se derrite y simplemente se desvanece frente a mí… y esto no es normal. No estoy bien… al parecer algo anda mal…

Y suenan los repiques del teléfono, los escucho lejanamente, pues pronto doy con que estoy despertando. ¿Despertando? Me pregunto, y lo pienso mientras me levanto, me acerco a la mesa donde está el receptor y levanto el auricular.

- ¿Aló? – digo, notando que la respiración al otro lado crea resonancias en la línea telefónica.
- ¿Aló? ¿Franz? – reconozco la voz al otro lado.
- ¿Con quién hablo? – pregunto en un tono que hace evidente mi nerviosismo.
- Katherine. Amor, ¿sucede algo? – un ligera pero aguda emoción me envuelve, gotas frías de sudor recorren mi rostro y se pierden en el gesto pétreo de mis labios.
- ¿Katherine? ¿Dónde estás, Katherine?
- En París, en el aeropuerto. Retrasaron para hoy el vuelo que tenía que abordar ayer por la tarde, y ahora…

La niebla va desvaneciendo. Me encuentro en la ribera del río, revolviendo con las manos la tierra de la fosa, gritando, desesperado, desenterrando… nada… ¡nada! Ella no está... Me repongo, me quito la tierra de la uñas y me vuelvo hacia atrás, hacia el auto al cual me encuentro regresando, mirando fijamente algún punto intangible en la bruma, buscando, tal vez, estelas en la niebla…

NO ES EL FIN!

Texto agregado el 16-02-2007, y leído por 684 visitantes. (28 votos)


Lectores Opinan
25-02-2007 Muy bien. Trama bien confeccionada y desenlace inesperado. Sigue así. Artacoymua
25-02-2007 Bien Oscar, tienes 17 años y te has atrevido con una narración extensa de suspense y terror con la agilidad y la seguridad que caracteriza a tu edad, no creo que sea egocentrismo lo que te guía a escribir con esta fluidez, verdaderamente ahora te irás limando, aprenderás sin parar,pero los cimientos creo que los tienes chico, así que adelante. Enhorabuena. Muy bien por ti. ***** Gadeira
24-02-2007 Ufff.aunque no es el genero que suelo leer,y seguir este me ha tenido pendiente por lo menos 5 minutos soy algo lenta pa leer,y que puedo agregar,esta genial,me gusto mucho,tiene sus detalles,pero si no los tuviera no sería "tú obra",asi que dale pa lante no más que puxa que vai bien....*5...felicitaciones KARYNNA
24-02-2007 vaya me ha tenido en vilo, la verdad es k no me gusta las historias de crimenes. pero joder te enganchan y hasta k no llegas al final ...aki te doy algo de luz estelar pa k te alumbren en la niebla aisa
24-02-2007 A mi me ha gustado te lleva de la mano de principio a fin, ignora las opiniones negativas que aqui hay de todo, piensa en que tu escrito nos ha llegado a muchos, te felicito y te dejo 5 estrellas y un beso. Debbie
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