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Era la gran celebración de los 150 años del colegio.
Había tanta gente y de tantas generaciones. Mi colegio ha llenado casi toda mi vida . Fueron nueve (9) años como estudiante y treinta (30) como profesor.
Ese día en la estación, que hoy sirve de gran salón de eventos, me iba encontrando con tantos y tantos. No alcanzaba a sorprenderme y alegrarme con uno y ya mis ojos me impelían a sentir, en una alocada frecuencia, una sorpresa y alegría infinita al ver a este otro y al siguiente y al siguiente; y así sucesivamente. Éste era del 76 y el otro del 78...80, 84, 85...92...95, 97, 2002.
Ya finalizando la fiesta me situé cerca de la salida para esperar a quien me llevaría a la casa. Resultó providencial. Iban saliendo en choclones los ex alumnos, alguno de los cuales me reconocían y efusivamente me saludaban con un cariño y un reconocimiento que en verdad me turbaba. Me emocioné inmensamente y agradecí en silencio a Dios por las gracias recibidas. Gracias por haber hecho lo que se espera de un educador, nada más.
Cuando se reiteraban los saludos, y los recuerdos me hacían evocar, volviendo a sentir lo de entonces; no hallaba que hacer y solo atinaba a bajar la vista y dar gracias a Dios.
La "pega" de un educador le permite experimentar lo misterioso del ser humano real. Ese ser humano con nombre, historia y proyectos concretos.
En cada abrazo, en sus palabras sentí que lo hecho había facilitado la educación de esos muchachos. Me acordé también con fuerza y nitidez en varios de aquellos que fueron mi responsabilidad, y un fin de año, decidimos cancelarles la matrícula. Sentí pena y rubor. Ellos representan derrotas personales. Para ellos mi saludo igualmente cariñoso y la petición de perdón por no haber sido más diligente y un acompañante más efectivo.

Fueron pasando los hombres de hoy, mis estudiantes de antes, y sentí el deseo profundo de poder abrazarlos a todos con calidez y decirles que con ellos yo fui muy feliz, muy feliz. Que un profesor se debe a sus estudiantes. Que un profesor está al servicio de sus estudiantes. Que al entrelazar la vida con ellos uno vive en plenitud, uno crece, aprende y ama. Que la vida de uno se ensancha con su presencia, con su cariño, con su amistad. Mis estudiantes fueron flechas nuevas, que continuamente renovaban mi carcaj, y remozaban y fundaban mi vida esperanzada.

Texto agregado el 27-11-2006, y leído por 115 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
29-11-2006 a mi siempre me dicen "tu papá se pasaba por la ventana!" y cosas así. y a mi se me llena el corazón de orgullo. me dejaste la vara muy alta eso sí :) lilibertad
27-11-2006 Bueno aquí el orgullo y el amor a la profesión,bien. bosquedelaureles
 
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