En plena celebración de los 35 años de la salida del colegio; Alfredo, fue interpelado por uno de sus compañeros: "¡¡¡ Oye...te acordai que vo siempre andabai creando juegos raros y rebuscados...!!!". Esa frase, lo retrotrajo de un tirón a aquel departamento donde sobrevivió su adolescencia. Todo allí pareció encierro. Pasillos, piezas, baños. Un parquet de cuadrados menudos y el brumo de las innumerables micros que pasaban junto al edificio.
Sus amigos habían quedado lejos, muy lejos. Su historia se había trastocado abruptamente, dando paso a un presente que reclamaría de él, marrullería para vivir.
Cuando comenzaba a tejer su propia red, lo cambiaron de barcaza. Cuando se insinuaban sus alas, lo convirtieron en topo.
"Marrullero, marrullero; tienes que ganar...quejarte te sirve de poco; porque aquí te vas a quedar".
Los hijos siguen a sus padres; por sus sombras encaminan sus pasos. Eso hizo Alfredo con sus cuatro hermanos.
¿Cómo vivir en aquel trance? No se lo preguntó nunca, pero lo hizo. No conocía a nadie. El colegio era enorme y exigente. En la casa, por su parte, cada cual hacía lo suyo para instalarse en ese nuevo lar.
Su pieza compartida con su hermano mayor, era su mundo; todo su mundo. Toda la vastedad del mundo, donde uno es uno mismo, y nada más.
En el closet, las tres divisiones de abajo, cobijaban sus "haberes" que él gustaba de acumular. Había allí un envase de lata con forma cilíndrica, envase de galletas de agua de esas grandes; donde guardaba lo más preciado para volver a tejer la vida: bolitas, monedas, alfileres y botones. Algunas figuras de baquelita ya sea marcianos o jugadores de fútbol; soldados o vaqueros. Había allí lápices de muchas variedades y condiciones. Lápices que dependiendo del día y de la marrullería; eran lanzas o aviones; fusiles o lanchas; jugadores de fútbol o limusinas.
Cuando Alfredo daba vuelta ese envase sobre su cama o sobre los cuadritos de parquet de su pieza, sentía que reventaba la vida entera. Las oportunidades de imaginar se multiplicaban y su corazón se llenaba de alegría. Era tal la cantidad de cosas que caían con estruendo, que siempre había novedades: que el palito que era pistola, que la bolita con rayas rojas y fondo blanco; que el dibujo de un cowboy hecho con esmero y detalle, que el santito arrugado de fray Martín de Porres, que la vieja lapicera.... Con toda esa gama había enjundia para crear. Los juegos debían ser vivibles en esas condiciones: juegos que consumieran tiempo, que se jugaran en lo posible solo y con una variedad de elementos allí disponibles...dados, lápices, alfileres, monedas y por cierto, con las manos propias.
Asi pasaron muchas tardes e innumerables campeonatos de esto y aquello; tiempo donde fraguando novedades se echaba a cundir la sesera, se disfrutaba y paleaba la soledad.
"Marrullero, marrullero tienes que cranear y sentir;para poder ganar; quejarte te sirve de poco porque aquí te vas a quedar".
Cada vez que guardaba de nuevo las cosas, sentía una promesa vibrar: "es posible la vida compadre...es cosa de perseverar". Las tres divisiones de abajo, supieron de sus musitaciones, de sus duelos y de sus brotes. Esas tres divisiones guardaron con las revistas, pelotas y misteriosos otros enseres; aquellos "juegos que este hueón te acordai que traía al colegio".
Esbozando una sonrisa marrullera, Alfredo levantó en alto su copa hizo un brindis por todos los que luchan: "Es posible la vida compadre". Luego bebió saboreando un vino tinto sabroso y con cuerpo. |