Derritiéndose gota a gota,
un video viejo,
me permitió apreciar tonalidades de ensueño.
Derritiéndose gota a gota
emanaban de él nuestras vidas pasadas.
Eras tú, si. Era la montaña.
Fue mi padre y sus manos fuertes;
fue mi madre y su regazo fértil.
Flores de mazapán y copos de nieve;
aquel bergeire enorme junto al calefactor de agua,
que después de servir por tanto tiempo,
yacía en el sótano derruido y olvidado.
Las gotas derretidas de aquel viejo video
pletóricas de imágenes y sonidos,
me trajeron de vuelta la pistola de lata;
y aquella bolsa escolar de una tela cuadriculada.
Gota a gota cayeron de ella bolitas, pedazos de lápices, sacapuntas y calcopiritas;
mi vieja honda de madera y sus tensores de hule;
una miríada de piedrazos,
el casco blanco y un montón grande de payasadas.
Sentí que me atravesaba mi niñez indolente y cálida.
Mastiqué chicle entonces con fruición;
bebí con avidez coca cola,
y sentí fuerte en mi cara
aquel viento frío y seco;
que me arropaba.
Por Dios lo que logran las gotas derretidas de aquel video viejo.
Entonces sus manos y sus uñas;
entonces su porte,
inmensidad surcada de mansedumbre
que ahora extraño.
Entonces goteaban sus caricias sobre mi pelo,
y sus ojos grandes.
Cuanto desvelo, cuanto cariño que fraguaron mi alma.
Gota a gota el video casi del todo derretido,
insinuó por fin un sutil misterio
que ya jadeante la cinta licuada
me musitó al oído:
“Esto es el amor, esto es el amor…”
Quise decirle algo; y mi alma guardó silencio.
Quise levantarme para asirlo fuerte;
y permanecí hincado con los brazos caídos.
Quise reunir en mis manos las gotas viejas y jóvenes
de aquella cinta;
y se me escurrieron entre los dedos,
para que yo no me distrajese con ellas
y pudiera seguir forjando la vida.
Ahora ya erguido y mojado con las gotas del video,
tiendo la mano a mis hijos,
abrazo a la “iñora” y
tranqueamos hacia un horizonte lleno de sentido.
En una canasta de mimbre
cubierta con un paño blanco;
llevamos para compartir
agua fresca y pan moreno,
flores de mazapán y copos de nieve.
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