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Inicio / Cuenteros Locales / sewell / Talones, desnudez y miradas

[C:231732]

Desde la mañana siento un desajuste.
Soy capaz de degustar lo dulce y lo ácido.
Siento desasosiego.
Creí al inicio que algo se me iba a anunciar;
algo que me permitiría superar el “punto muerto”
de la tibieza de mi respuesta al amor de Dios.
Entonces el desasosiego se explicaba
porque ya habría de manifestárseme “algo”,
que desinstalándome de mi indecisa situación de seguimiento,
me habría de provocar mi traslado a esa “tierra prometida”
de mayor plenitud para vivir en el amor de Dios.

Empero apareció progresivamente Su silencio;
silencio que me develó mi antojo;
que era un gemido quejumbroso,
cuajado de cansancio y precariedad.

Este silencio ha sido progresivamente elocuente;
pero me hiere porque demuestra
que hay preguntas muy decisivas que no puedo responder.
“¿Es que te amo Señor?

¡¡¡ Honestamente NO tengo respuesta.!!!

Y esto me avergüenza, me llena de pena, me duele en el alma.
(¿Te importa a Ti, Jesús?).
Esto me desconcierta y me deja desnudo y a la intemperie.
Me deja solo frente a Ti.
Agacho mi cabeza
Y ni siquiera quiero que me toques.
No huyo de allí porque ¿qué saco al hacerlo?.
Mi desnudez me acompañaría doquiera fuera.
Agacho mi cabeza y estoy solo.
Tú, callas.
Yo estoy muy triste.
Yo estoy muy triste; quizás la misma tristeza
de aquel joven rico que alguna vez conociste.

Cubro con mis manos mi rostro
y caigo de rodillas.
No quiero que me toques.
Por favor no lo hagas. Te apartaría con mi mano.

Soy yo, ante Ti.
La precariedad de un hombre,
ante la inmensidad de Dios.

Mi desnudez,
ante tu regazo cálido y providente.

Soy yo y estoy solo,
nada me cubre.
Mi desnudez precaria y pecadora...

Ha pasado medio día,
de un día borrascoso y aún estamos allí.
Uno frente a otro, en silencio.
En el paraje de soledad y viento,
nuestras presencias son lo único que se recorta...

Tú permaneces allí expectante, pero quieto.
Impávido, pero pendiente,
- ¿sufriente por mí? -. No lo sé.



Me has contemplado sin dejar de hacerlo un solo instante.
Tu mirada es el hálito de calor
que me ha cubierto,
entre mis espasmos de dolor y temblor.

Permanezco hincado y me apoyo en mis talones.
Mis talones son lo único que me apoyan.
Tengo frío.
El desconcierto me ha atravesado.
“¿Quién me sostendrá?”. ¡¡¡ Dios mío!!!”

Pero opto por callar esta exclamación, este grito de desgarro.
Tú estás allí, y aún no quiero contar contigo.
¿Sobre quién descansa mi alma?

Mi alma está yerma.
He dejado caer mis brazos
y mis manos se entreabren al depositarse sobre mis muslos.

Heme aquí, a mi mismo.
No levanto la vista.

Tú permaneces quieto,
allí junto y frente a mi mismo.
No media más de un metro y medio
entre tu presencia y la mía.
Pero yo estoy muy lejos, estoy frío.

“¿Por qué me amas?”, te pregunto.
“¿Por qué no aceptas EL AMOR MÍO?, me respondes.

Para variar con una pregunta respondes.
“¿Por qué me amas?”; casi musito.

El viento no cesa de agitar nuestros cabellos y tu túnica;
también – yo sé -, nuestros espíritus.

“Bien sabes que estoy turbado,
quizás desecho...no ves que ESTOY DESNUDO”, te increpo.

“Mal no te haría cubrirte”, me respondes.

“Cubrirme no puedo. No tengo con qué, ni cómo.
He llegado hasta aquí precisamente porque me he despojado de todo.
Mi desnudez, que no he procurado,
resulta ser manifestación radical de mi precariedad.
No sabes cuánto anhelo Señor,
pero me rebelo ante la sola idea
de dejarme caer en tus brazos”.

Tú, después de escuchar mi lamento,
callas brevemente y luego me dices:
“Miremos juntos el Cielo.
Allí busquemos un punto infinito
donde converjan nuestras miradas.
Allí nos encontraremos”.

“¡¡¡Uff!!! Ya no tengo fuerzas”.
El llanto nubla mi vista.
Con dolor levanto mi mirada.
No sé si contemplo lo que es,
o veo lo que quiero.

El viento sigue soplando
y arrecia sobre mi desnudez.

Mi mamá, cuando chico me dijo tantas veces:
“cuídate de andar desnudo; no andes a pies pelados,
te vas a resfriar”.

Este recuerdo materno me remece y
me hace voltear a todos lados
procurando verla a ella.

“Mamá, mamá, mamá...!!!”,
grito fuerte y destemplado.
Giro y me levanto entumecido.
Estoy llorando y mis lágrimas surgen abundantes.
“Mamá, no me dejes solo”.
Comienzo titubeante a dar pasos
y me muevo con torpeza.
Tú no te has movido,
Y sin embargo contemplas con beneplácito lo sucedido.

“Mamatita, hoy te suplico cumplas,
lo que algún día te pedí,
allí en Gálvez cuando nos despedimos...”
Todo esto lo voy diciendo
mientras transito torpe y apresuradamente
por el lomaje de hierba verde y rocas pardas.

“Mamá, escúchame.
Mamá, ¿dónde estás?”.

Me he desplazado varios metros hacia abajo.

“Mamita linda, Papo querido...
¿Dónde están?...¡¡¡Estoy perdido!!!".

Me mantengo en pie,
pero desfalleciente.


A lo lejos distingo las figuras de los Papos.
Él alza el brazo, me saluda desde lejos y apresura el paso.
Ella viene prendida de su brazo.

Entonces giro mi vista para mirarte
y Tú levantas tus brazos
señalándome que vaya en pos de ellos.

Camino con torpeza entre medio de mi llanto.
“Mamatita, Papo...” y después sólo llanto y llanto.

Luego de un largo trecho siento al fin un abrazo fuerte
y sobre mi mejilla la de él,
mi Papo lindo.
El aroma a naranjas y el roce de su barba.
Lo abrazo fuerte y no quiero jamás desprenderme.
“Papá quédate conmigo, no me dejes solo.
Estoy sufriendo mucho. He quedado solo. No entiendo nada. Me derrumbo, me derrumbo.
¡¡¡Papá, ...papá, ...papá!!!.

Entonces siento la mano materna que mece mis cabellos canos, entonces su voz: “¡Nelsito!”.
Prorrumpo en llanto como un niño y
me deposito en su regazo infinito de dulzura y quietud.
“¡¡¡Al fin he vuelto a ti, madre mía!!!.
¡¡¡Al fin he vuelto a ti!!!”.
“¡¡¡MAMITA LINDA!!!”.
Aquí descansa mi alma.
Llanto y sollozo; llanto y sollozo desde mi espíritu.
Me voy aquietando. Estoy en el regazo de mi MAMATITA.
Esto me basta.
Ella me cobija y me hace cariño.
Mi Papo me cubre con su abrigo.

Pasa y pasa el tiempo,
afuera sigue el viento.
Dentro hay solo cobijo y auxilio.

He vuelto a ser hijo.
Nada falta. Ni hablar necesito.

Mi mamá está hermosa, muy hermosa.
Sus cabellos plateados, sus labios rojos
Y esos ojos expresivos.
Sus manos inconfundibles,
sus uñas...

Mi Papo se ha erguido,
Siempre alto.
Sus manos grandes,
su vestir sencillo.
Está más joven.
“Nelson, hijo;
toma mi mano
y junto a tu madre
ven conmigo”.

No dudo un instante,
he vuelto a ser hijo;
le entrego mi mano
y junto a la Elvi
emprendemos camino.

Ya no estoy solo,
he vuelto a ser hijo.

El soldado conduce
La madre acompaña,
y yo,
he vuelto a ser hijo.

Doquiera ellos vayan,
allí iré yo.
Atenderé lo que indiquen,
más la decisión se queda conmigo.

Subiendo el lomaje,
caminamos buen trecho.
Nos mezclamos con nubes y remolinos de viento,
entonces los Papos se funden conmigo
en un abrazo entrañable.

“Te amamos Neko.
Estamos contigo. No temas. Somos tus talones;
los mismos talones de Aquel que después de ser clavado ha bajado contigo una y mil veces
a tu infierno de precariedad y soberbia...
bajaron atravesados,
sangrantes, dolientes, amantes”.

“NEKO, estamos contigo, te amamos...
talones sangrantes, talones amantes”


Habíamos caminado largo trecho entre las nubes.
Ya no había en nuestros pies ni hierba ni rocas.

Nos habíamos fundido todos en un punto del Cielo infinito:
talones, desnudez y miradas.

Texto agregado el 24-08-2006, y leído por 288 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-11-2006 ya he leído este como 3 veces, y no deja de emocionarme. creo que solo puedo comentarte eso. lilibertad
06-09-2006 Sí, Neko, volviste con tus amados padres y te encontraste con el Señor...qué bello escrito, te felicito estimado amigo. Amas al Señor y, a lo mejor caerás una y mil veces, pero televantará su infinita misericordia y amor por tí...No; no estás solo. ****** alonso100
 
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