La media luz lo teñía todo. Vos, como siempre te imaginé, cálido, descontracturado, con ese desparpajo que te hace singular. Yo, ¿para que decirlo? yo me dejaba transcurrir.
Me miraste y notaste enseguida mis temores, me acariciaste el cabello, y con una suavidad inédita me besaste.
Después vinieron segundos de tormenta y pasión, me desconocí en esa vorágine de piernas enlazadas y manos atolondrándose. Nos hurgamos todos los rincones mientras decíamos palabrotas, mezcla de obscenidades y embriaguez.
Subimos y bajamos al ritmo de tu encanto, perdiéndonos en miradas cómplices, y labios encendidos.
Así la noche nos encontró como nos había dejado la tarde, absortos en nuestros cuerpos, recorriéndonos, saboreando cada secreto.
Te fuiste despacito, con una promesa: te llamo, yo ya sabía que el último beso había sido para siempre, igual te sonreí y me quede solo.
Llamé a mi mujer, su monotonía me devolvió la razón: -esta noche no vuelvo, me oí decir, después... ya ni me acuerdo.
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