Reflexión humana
(Un pedido a gritos)
Fácilmente se destruye; la forma con la que terminamos es simple, sólo se emplea el odio, la envidia y el orgullo para expulsar de nuestro corazón a una persona. Los lazos de cristal que se forman en una relación parecen no tener final y aparentan una estructura sólida. Los momentos íntimos, el entendimiento puro y la aceptación correspondida, envuelven a uno en una soñada esfera de felicidad. Qué difícil es sembrar en una persona diferentes sentimientos que nos reivindique como humanos, qué gran logro es tener junto a nosotros por voluntad a alguien. Qué perfecto es conservarla siempre.
El ser humano cree vivir en guerra, en una lucha donde el enemigo es el mismo hombre, una disputa perdurable motivada por inseguridades, fracasos, miedos y por no saber perdonar. Así, la salida del hombre para no enfrentarse a sus culpas es tomar el equivocado camino de huir, mostrar la espalda, dejar que el tiempo cubra el daño y esconder las verdaderas palabras que curarían las heridas.
Pero, con todo, durante la vida se dan situaciones asombrosas para poder perdonar, sin embargo, nos aferramos a la negación y avivamos un cáncer que nos consume a lo largo del tiempo, nos enferma y opaca el alma, nos entregamos con interés al mundo de los demonios y sangramos frustración por todo el cuerpo. Olvidamos lo capaces que somos para construir y reparar, vaciamos nuestro existir en rencores que denigran al único ser con libertad, convirtiéndolo, en un esclavo que concreta el crepúsculo de nuestra compasión.
Pido perdón por las consecuencias que ocasiono, no quiero ser parte de una guerra entre hombres; sueño con la tregua, es tiempo de reflexionar, observemos el mundo y admiremos su grandeza, entendamos que las personas construyen el universo y forman parte de nuestra existencia, transformemos nuestros moldes perfectibles en vidas que dejen como herencia un mejor individuo, y nuestra raza cósmica evolucionará en un mundo que alguna vez fue dominado por bestias humanas.
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