Viajas en colectivo, sentado en un asiento individual. Vas a cualquier parte(a tu trabajo, a la facultad, a encontrarte con alguien, a tu casa), y observas con indiferencia- motivada por el aburrimiento o el cansancio- las fachadas de las casas que el vehículo va dejando atrás. Sube más gente de la que baja. Hace rato que ya no hay asientos libres, y el pasillo está colmado de apretados cuerpos. El aire se hace irrespirable. Sientes el estómago pesado y sueltas el cinturón. Pero la sensación aumenta hasta transformarse en un nudo que aprieta en la boca del estómago y sube por el pecho. La palidez te invade y el corazón golpea furiosamente. Algo intenta fluir detrás de tu garganta. Entonces, la puntada en el abdomen te dobla hacia adelante. Alguien observa con espanto, pero no lo adviertes, pues un sudor frío te cubre, y detrás de los vapores del mareo próximo al desmayo, adivinas la inminencia del fin. Hasta que aparece:El vómito. Rojo y violento, choca contra las ventanillas del colectivo, astillando los vidrios, chorreando la carrocería hasta llegar al pavimento, dejando una estela púrpura al paso del vehículo. Adentro, los pasajeros mueven brazos y piernas, intentando nadar para encontrar la salida, pero pronto quedan atrapados en el enorme coágulo. Entonces, bruscamente, llega la asfixia. Desde el interior de tu sangre, sin angustia ni estridencias, te alejas hacia la nada en suave pendiente, presintiendo que lo más significativo es haber vomitado. |