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Sentados en una banca color verde, de una pequeña plaza de árboles robustos, con su raíces surgiendo por las aceras, te amare toda la vida le dije mientras sus manos comulgaban con las mías, sus ojos eran serenos llenos de seguridad y le pregunte, me amas de verdad – le mire directo a su alma, si me dijo, y tu amor es fuerte – nuevamente escabullo mi pregunta su alma, es fuerte me dijo, entonces quiero envejecer contigo - le dije mientras mis labios buscaban los suyos. Lo nuestro era un amor de circuito, de aquellas con picos y bajadas, cíclico y ondulante, nos amábamos en medio de distanciamientos largos y como gitanos que siempre buscan su lugar volvíamos para amarnos una ves mas, sabíamos que algún día terminaríamos juntos para no separarnos nunca mas, pero mientras tanto los distanciamientos y los encuentros se hacían mas frecuentes.
Ella se fue de la ciudad y su ausencia se planteo como una despedida larga y con certeza de que iría a crear oleaje que querrá ahogarnos. Mi vida continúo sin reparos y cambie de trabajo, ahora para retornar de la oficina a mi casa tenia que pasar por la plaza de robustos árboles, salía de noche cuando la gente acudía hacia la plaza para tomar el fresco nocturno. Al caminar por la plaza, por aquella acera, delante de la banca color verde, siempre estaban sentados una pareja de viejitos, con sus manos entrelazadas, las venas y las arrugas relucían con la luz de la luna creando claro-oscuros de piel agotada, siempre lo vi a el con un cigarro en la mano y a ella hablando sin parar, su vos avejentada con dulzura se oía mucho antes que llegara delante a ellos, pero al verme se callaba, sus ojos serenos, transparentes me veían pasar, me sonreían y continuaban conversando.
No hablaba con ellas hace mas de dos semanas, pero sabia al igual que ella que aun nos amábamos, que todo era cuestión de coincidir en tiempos y espacios, pero la distancia y la monotonía de los dias me fueron conduciendo al olvido, en eso apareció una mujer en mi vida, con dulzura y sencillez de una oración, la involucre en mi vida y termine de su mano caminando por las calles de la ciudad, besándonos en los rincones de la oscuridad para amarnos con libertad, y alguna noche después de dejarla en la puerta de su casa al volver con pasos silenciosos pase por la plaza de los bancos, busque por instinto o por amor el banco nuestro, y estaban ahí los dos viejitos, pero a ella se le veía triste, con los ojos vidriosos, llorosos, a el no le vi el rostro, que lo tenia oculto entre los brazos que se apoyaban en las rodillas de las piernas abiertas, con la mirada en el piso de cemento verde y agrietado, al pasar ella me vio con un sus pupilas llenas de angustia, no esbozo ninguna gesticulación y solo vi como derramaba una lagrima que termino corriendo por la piel ya morena de su mano.
Pasaron las semanas y pese que intentaba darle toda mi atención a esta nueva mujer no podía, la tenia a ella, a la de toda la vida aun enclavada en mi piel, en mi intimidad, en mis sueños y alejarme de ella era como querer alejarme de mi propia alma, me fui distanciando poco a poco sin hacer daño a nadie, la frecuentaba menos y a ella a la de la banca la sentía resurgir nuevamente cada segundo, hasta que se esfumo aquella nueva relación una noche en las puertas del cine, donde le dije con sencillez que no podíamos ir mas allá de lo que habíamos llegado, le confesé que siempre amare a la mujer que me dejo un día sentado en una banca verde, pero que aun así no la dejare de amar y que por tal rara sensación de amor de infortunio no podría amar a nadie mas, lo tomo con la bondad y entereza que la caracterizaba como una mujer de vigor y dulzura a la ves. Al volver a mi casa después de haberla dejado en la puerta de su casa con un beso tierno en la mejilla, pase por la plaza de los sauces robustos, camine delante el banco verde de la esquina inferior y estaban ahí los dos viejitos, tomados de las manos, ella con su cabecita apoyada en el hombro de el, me miraron sonrientes al pasar, sus ojitos de la viejecita transmitían tranquilidad y serenidad, me olvide de los ojos cristalinos y llorosos con los que la vi la semana pasada amargando la noche con una lagrima que le resbalaba como caída de la luna.
En esos dias me llego un e-mail de ella, la de toda la vida, lo recibí con alegría, pero al leerlo mis manos se fueron separando del teclado, mis ojos se humedecieron por segundos, me decía que había conocido a un hombre hace algún tiempo ya y que estaban saliendo y que yo debería olvidarla. Justo ahora me llegaba su carta cuando había decidido seguirla amando, cuando deseba llamarle y decirle que mi promesa de amarla toda la vida era firme como libre estaba mi corazón, pero se adelantaron sus palabras en el tiempo y mi tiempo se almidono con mi dolor de aquella cafre noticia. No me levante de mi silla al frente del computador hasta que todos se fueron y volví a leer el e-mal que ratificaba una ves lo que mi cerebro no llega a concebir ni mis ojos a dar fe ni mi alma a comprender. Salí cargando la chamarra por la espada, colgando mas que cueros en mi andar, arrastrando sueños, pisoteando esperanzas, en fin el día ese solo fue un anochecer, pase por nuestra plaza, por nuestra acera y en nuestro banco los dos viejitos anónimos, estaban ahí, el de espalda hacia ella y ella con las manos en los hombros de el, el con el común cigarro entre los dedos huesudos ya amarillos con una mirada de desprecio evitaba el contacto de ella, se inclinaba a los lados suavemente para desprenderse de las manos que lo trataban de mantener cerca, al pasar el giro la cabeza levemente y clavo sus mirada en mis pupilas, pude ver ojos llenos de dolor, como si la viejita le estuviera clavando un puñal por detrás, luego bajo la cabeza y la enterró entre las pierna encorvadas.
Pasaron los dias, las semanas hasta completar dos meses, sin noticias de ella, ni ella escribía ni yo llamaba, hasta una tarde de cielo estañado, cubierto sin presagios de color, en que me llamo y me dijo – estoy de vuelta, estoy acá – su vos se sentía cómoda, apacible hasta daba la impresión de felicidad al oírme, la sensación de su vos me hizo olerla desde mi lugar, quedamos en vernos en una cafetería al terminar la tarde, me contó que no funciono su relación con el hombre con el que salío, que siempre me tenia en su mente y corazón y que había decidido venir a buscarme para decirme que su promesa de amarme hasta envejecer era mas fuerte que nunca, me levante , le bese y le dije – te amare hasta envejecer. Salimos de las manos y caminamos por la ciudad, paseamos por la plaza de sauces y bancas, al pasar por nuestra banca ya no estaban los viejitos, nos sentamos y nos volvimos a prometer amor. Amor que comulgo con nuestro matrimonio, compramos una casa al frente de la plaza de los sauces y bancas y aun seguimos viviendo ahí treinta años después, tuvimos a nuestra hija, y ahora ella – nuestra hija es madre de nuestros tres nietos y nosotros nos sentamos por las noches a disfrutar del aire fresco y a ver como juegan en la plaza los niños, nos acomodamos tomados de las manos en nuestra verde banca, yo con un cigarro entre mis dedos huesudos y amarillos y ella sin dejar de hablar.

Texto agregado el 20-06-2006, y leído por 247 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-06-2006 Solo es de valientes, vivir grandes amores, sin duda ,una pareja que tuvo contratiempos, crisis,peleas, y sobre todo el AMOR ,que siempre es MAS FUERTE///Es una de los motivos mas importantes de la vida encontrar el amor***** monica-escritora-erootica
26-06-2006 Nostágica y hermosa prosa. Me ha encantado ***** SorGalim
23-06-2006 Feliz reencuentro contigo amigo mío.Cuánto tiempo sin tus letras sencillas y dulces.Un cuento hermoso sin duda; hay deseos que se acunan en el alma y estos viejitos representan al fin y al cabo lo que el ser humano necesita, la compañía y el amor hasta el final.Recoge mi abrazo amigo andino....y... no te marches de nuevo.***** Gadeira
 
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