Teníamos entre dieciséis y diecisiete años. Un buen grupo, nunca más de cinco o seis; aún que siempre estaban los golondrinas, esos que iban y venían con el tiempo, los de fierro éramos Juan, Jorge y yo. Las tres jotas nos llamaban.
¡Uff! si las habíamos hecho juntos. Desde el jardín de infantes que no nos separábamos. Casi como hermanos. El mismo barrio, los mismos amigos. Cuantas veces nos intercambiábamos los juguetes, los discos, la ropa....Y bueno más tarde las novias, claro.
Jorge era nuestro líder, él nos traía las revistas pornográficas, los condones, era el que decidía. Fue el primero entre nosotros en perder el virgo.
Una vez que teníamos que llevar a debutar a uno de los novatos la barra decidió que era una buena oportunidad para conocer el quilombo nuevo al otro lado de la ciudad. Jorge no quiso venir; dijo que tal vez podríamos jugar a las cartas o que a lo mejor lo dejábamos para otro día. Pero no podíamos fallarle al debute y lo pusimos a votación. Cinco contra uno. Él perdió.
Nos citamos como siempre un rato antes para el precalentamiento. Ojear unas buenas revistas y controlar que no nos falten los forros. Ya se hacía la hora de salir y Jorge se demoraba más de la cuenta. Era raro, por lo general él siempre llegaba primero, en especial en estas ocasiones. Lo fuimos a buscar a su casa.
- Vayan ustedes José, esta vez yo me borro – Dijo cuando lo apreté.
Si hubiéramos estados solos seguro que nos quedábamos, pero el primerizo no quiso renunciar y nos fuimos. Por primera vez sin Jorge.
Desde lejos una luz roja sobre la puerta nos indico el camino al prostíbulo.
Después de adornarlo al portero con unos mangos (todavía no teníamos los dieciocho) nos filtramos entre las sombras del bar. y nos sentamos a tomar unas cervezas mientras esperábamos nuestro turno. Las chicas se nos paseaban medio en bolas, iban y venían de mesa en mesa llevando copas y coqueteando con uno y con otro. Al rato vino una de ellas y nos preguntó: ¿Quién entra primero? Lo mandamos al nuevo al fin de cuentas era su noche.
Cuando al fin llegó mi turno entré excitado al cuarto, pero al verla reflejada en el espejo comprendí lleno de dolor por qué Jorge no quiso venir con nosotros esa noche. Por qué nunca me quiso contar sobre el trabajo de su madre.
© Norberto Adrian Mondrik.
PD. Este cuento fué escrito como trabajo de taller y basadó en un cuento de Abelardo Castillo, La madre de Ernesto.
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