Antes de que te leas este cuento te advierto que es posible que no lo entiendas. También es posible que creas que lo has entendido y en realidad no te hayas enterado. Otra posibilidad es que cuando te lo leas un par de veces lo entiendas, pero si lo lees otra vez verás que era otra cosa. Suerte y haber si entiendes lo que pasa.
Me han dejado sola, otra vez. Estoy sentada en el banco de un parque cuando la veo. Hay un brillo en sus ojos, un resplandor que lentamente empieza a resbalar por su rostro, acariciando su suave piel. Pasa sin ganas por sus labios dejándole un brillante rastro hasta que llega al final. Allí, el pequeño diamante se lanza al vacío hasta morir en su pecho reuniéndose con otros de sus hermanos. Una larga procesión de pequeñas perlas recorren su desnudo cuerpo, formando un estanque entre sus pies.
Es increíble lo que una ve en una estatua cuando no tiene nada que hacer...
¿Porqué lloras, Fuente? Le pregunto acercándome a ella lentamente, pero justo en ese momento tenía que llegar él. La persona a la que estaba esperando.
¿De nuevo hablando con las piedras?
No es mi culpa tener más imaginación que los demás.
Bueno, vamos a dar una vuelta por el centro.
Mientras paseamos por una calle céntrica paso por tu lado y no puedo evitar fijarme en ti. Mi mirada se clava en tu perfecto cuerpo, mis ojos te recorren de arriba abajo. Siento la necesidad de tenerte en mis manos. Dejo de caminar y me acerco a ti. Me presento ante ti. Dos minutos después ya estás en mis manos, acaricio tu suave piel, perfectamente bronceada, su textura es la más hermosa de cuantas había tenido antes en mis manos. Acerco mis labios a ti, te saboreo, tu sabor interno me llena con una explosión de maravillosas sensaciones nunca antes probadas. Siempre te había necesitado, siempre te había buscado y ahora por fin habías caído en manos.
Que, ¿te ha estado bueno el croissant?
Si, muchas gracias. ¿A dónde vamos ahora?
¿Qué te parece al puerto?
De acuerdo.
Seguimos paseando y llegamos hasta el puerto, el pequeño puerto de esta pequeña ciudad costera. Me encanta el mar. ¡Cuántas aventuras han ocurrido el mar! Siempre tan misterioso, infundiendo respeto y temor hasta para los más avezados marinos. Observo a unos pescadores en los espigones, lanzando sus cañas al viento, como si de un concurso se tratase para ver quien la tira más lejos y para ver quien tiene el pez más grande al final de la jornada. En el horizonte hay algunos pequeños veleros navegando sin descanso haciendo una carrera contra el viento. A lo lejos se oyen los gritos de los niños disfrutando en las playas, saltando por encima de las olas. Un gran día hacía para bañarse, no había ni una sola nube en todo el cielo.
No puedo evitar coger su mano mientras caminamos. El no me la rechaza y se que no me la soltará por nada del mundo. Seguimos con nuestro paseo, hablando de cosas sin importancia cuando veo a un hombre mirando con fijeza al mar. Es una figura solitaria en el muelle, observando el horizonte, envuelto en una capa gris. Sin pensármelo empiezo a describírselo a mi acompañante y a imaginarme lo que piensa.
Seguro que recuerda momentos del pasado, cuando luchaba por una causa, cuando iba a la guerra por un ideal. Ahora que vuelve la mirada atrás, piensa que todo fue un error, ningún ideal justifica que se pueda matar. Recuerda cientos de batallas en las que participó, todas sus victorias y todas sus derrotas, cada uno de los combates uno a uno que libró. En su mente ya no hay sitio para más, necesita olvidar, añadir recuerdos mejores. Por eso está ahí, en el muelle. Esperando a un barco que le haga olvidar, un barco que se lo lleve de allí, lejos...
¿A quien te refieres, a ese mendigo?
Prefiero seguir caminando antes que contestarle y mirar para otro lado, para ocultarle mi rostro enrojecido por la vergüenza, aunque yo se que a el eso no le importa. Tal vez sea un poco insensible, pero yo sabía que en el uno se podía fiar, siempre estaba a mi lado cuando necesitaba compañía, y desaparecía sin dejar rastro cuando necesitaba estar sola. Era el ser que mejor me comprendía en todo el mundo. El jamás me insultaba ni se metía conmigo como los demás. Siempre me trataba con respeto y amabilidad. Siempre tenía buenos consejos para mi.
Bueno me voy a casa, que ya se ha hecho tarde y aun tengo que escribir mi pequeña columna.
De acuerdo, ya nos veremos.
Cuando llego a mi casa hago como siempre, tomo una fugaz cena y me encierro en mi habitación. Sin pensar por un segundo en los vecinos, pongo bastante fuerte mi música. Enciendo el ordenador y me dispongo a escribir de nuevo a última hora la pequeña columna que tengo que entregar al día siguiente en un periódico gratuito de los que reparten en la boca del metro. Es justo en ese momento cuando empieza una canción de mi grupo favorito que me encanta. En un segundo me llega la inspiración y mis dedos vuelan por el teclado. Al cabo de apenas quince minutos observo el resultado. Un poco corto, tal vez, pero no había quedado mal. Se la envío en un e-mail al jefe y la vuelvo a leer más lentamente.
Reino de Sueños
¿Quieres venir a visitar mi Reino? Un lugar donde no hay oscuridad, un lugar donde los sueños se hacen realidad. Pero cualquiera no puede llegar. Para poder venir has de saber soñar, tienes que saber pensar. Aquí no se acepta la codicia y la destrucción, no hay lugar para el dolor. ¿Quieres venir? Aquí encontrarás la verdad, vivirás en libertad. Es un reino donde las montañas protegen a los valles con valor, cuando fuera hace frío aquí hace calor.
Si al andar no encontraste el lugar que te he mostrado, tienes que buscar en tu interior, dejando a un lado la razón. Si quieres causar daño y careces de corazón, vagarás por siempre en la senda del dolor, lejos verás la luz y en mi casa no entrarás. Si no, siempre serás bienvenido, pero tienes que saber llegar. Has de encontrar la paz. No pienses más que no, es posible alcanzar tus sueños, busca en ti y quizás un día te encontrarás con que este mundo se ha hecho realidad y ha dejado de ser un Reino de Sueños.
Sin duda el Reino de Sueños puede ser un mundo real, solo hay que colaborar.
Tras guárdalo en mi ordenador y de subirlo a un par de webs de escritores amateurs decido irme a la cama y continuar con la lectura del libro nuevo de mi autor favorito. Me acuesto con prisas por volver a coger el libro y continuar con apasionadas ganas por seguir leyendo. Ya estaba acabándomelo, pero anoche no puede acabármelo, tenía un final demasiado triste.
Lentamente la oscuridad se va apoderando de mi. Muy poco a poco me rodea, me abraza casi con pasión, una oscuridad de la que llevo huyendo desde que nací. Sin prisas pero sin pausas se me acerca, y acaricia mi piel. Al poco tiempo empiezo a dejar de sentir los dedos de las manos y los pies, un frío intenso recorre mi espalda. Voy aceptando lo que me va a ocurrir, tal vez lleve demasiado tiempo evitándolo. Ya no siento nada de mi cuerpo, lo único que puedo hacer es mover lentamente los ojos, pero ya se me cierran solos. Noto su presencia a mi espalda y como se me acerca asta susurrarme al oído:
Llego la hora amigo, hora de partir.
Si, demasiado tiempo luchando contra esta enfermedad...
Noto como mi cuerpo deja de existir para mi, estoy en otro lugar. Asciendo un poco y miro para abajo y veo a mi familia en la habitación del hospital llorando mi muerte, mientras que los médicos intentan reanimarme inútilmente. Pero todo eso esta lejos para mi, ya no tengo ganas de permanecer allí. Te espera algo mejor, me dijo justo antes de abandonarme. Muy bien, pues iré a ese otro lugar.
No pude evitar que se me escaparan algunas lágrimas y estás me recordaron a la triste fuente que también lloraba. No podía evitar que de vez en cuando se me escapase alguna lágrima al leer un libro o al escribirlo yo misma. Con un poco de suerte, en un par de años estaría publicando libros, con un poco de suerte...
Perdida en la inmensidad, busco una luz que me conduzca a la salida de este maldito laberinto que es mi vida. Ya no se que hago ni que he de hacer. Camino perdida, sin rumbo, en este océano tumultuoso. Veo una luz en el horizonte y camino hacia allí, que fácil es llamar mi atención cuando estoy sumida en la negrura. Solo un fuego fatuo era lo que me atraía. Ahora corro en busca de una solución a todos mis problemas, pero no la encuentro por más que busco. Hundida hasta la cintura en esta profunda ciénaga en la que me encuentro, algunos la llaman ciudad, para otros solo es un lugar de paso, un asqueroso cementerio donde está enterrada la humanidad. Sigo corriendo en mi habitación a oscuras y al fin encuentro el interruptor. Enciendo la luz y me despierto, solo fue una pesadilla. Abro la ventana y saludo a un nuevo día, bienvenida de nuevo a la ciudad, tranquila, estas en casa, en tu tumba.
Ese día me levanté sudando. Tuve el presentimiento, ese día sería un día fatídico. Mis padres me dijeron que tenían una noticia para mi. Me iban a cambiar de instituto, me llevarían a uno donde los demás no me llamasen loca, donde me ayudarían a no hablar sola y que me gustaría mucho y que pasaría allí mucho tiempo. Me prometieron que vendrían a visitarme.
Pasó el tiempo y mis padres no venían a visitarme, el único que venía era el. Mi eterno compañero de soledad. Pasábamos mucho tiempo juntos y los días fueron convirtiéndose en años.
Encerrada en esa habitación, sin poder salir, sin ver el Sol. Al menos alguien me acompañaba en la soledad. A veces su compañía era una bendición, otras una maldición. Era una persona misteriosa y oscura, no mostraba su rostro y pocas veces hablaba, pero cuando lo hacía daba muy buenos consejos y parecía que siempre se preocupaba por mi. Pero aun así, le detestaba. Detestaba despertar por la noche por culpa de las pesadillas y encontrarlo observándome desde su rincón. Parecía que siempre sabía que es lo que me pasaba por la cabeza y nunca dormía, había intentado sorprenderle por la noche pero siempre estaba despierto, vigilándome. Infinitas veces había pedido que la cambiasen de celda, le temía, pero siempre había sido ignorada, siempre había sido incomprendida.
Pero un día todo cambió. Despertó una noche y su compañero había desaparecido sin dejar rastro. Tanto tiempo juntos y aun no sabía su nombre. Ella le había contado toda su vida y el siempre le había escuchado, atento, sin interrumpirla pero dejando notar que le escuchaba. El día que el desapareció pensó que sus carceleros se lo habían llevado y que ella sería la siguiente. Empezó a gritar, a golpear las paredes y a aporrear la puerta. Sus carceleros poco tardaron en aparecer y sujetarla.
Rápido, traer tranquilizantes gritó uno de ellos.
Le ataron en la cama con correas mientras ella se agitaba nerviosa e intentaba deshacerse del abrazo de las ataduras. Le pincharon una dosis e inmediatamente pareció que se calmaba, pero algo salió mal. Empezó a temblar violentamente y en su delirio pudo ver como su compañero de habitación regresaba y se sentaba a su lado. Se acercó a su oído y le susurró unas tranquilizantes palabras:
-Tranquila, enseguida acabará todo y podrás venir conmigo...
El débil susurro fue interrumpido por los gritos de uno de los enfermeros que le tomaba el pulso... Débilmente escuchaba como el enfermero decía La perdemos, la perdemos...
De repente todo fue oscuridad, pero sintió que no estaba sola. Por fin dejo de estar sola. Toda su vida estuvo sola, pero a partir de ese momento sintió que nunca más volvería a estar sola. A partir de ese momento siempre estaría alguien con ella. Su compañero estaba allí. Este le agarró amablemente del brazo y la condujo hasta un pasillo sin paredes poco iluminado.
-Vamos, ya no tienes nada que temer, todo ha acabado. A partir de ahora puedes llamarme Muerte...
En su habitación se encontró una nota. Nadie sabía de donde había salido el papel ni el boli con que había sido escrito, pues estaban terminantemente prohibidos. La nota estaba escrita con una caligrafía curiosa y la letra no era suya, nadie sabía de donde había salido. Sus padres no conocían a nadie que se la pudiese haber dado, porque su hija, decían, no tenía ningún amigo. Su hija siempre había sido una chica normal, pero un día todo cambió, perdió a todos sus amigos y empezó a hablar sola. Tal vez se puso así cuando le llegó esa nota. Al parecer siempre la tuvo encima desde que llegó, pues parecía una nota muy vieja, con bastantes años. La nota decía así:
Vuelve a ser de noche y, de nuevo, acudes a tu cama a dormir. Yo ya estoy allí, esperándote. Te observo mientras te preparas para irte a la cama. Como siempre, te acuerdas de despedirte de mi, me encantan esos pequeños gestos tuyos. En seguida te duermes y tu rostro por fin refleja la paz que tu corazón tanto ansía. No puedo evitar acercarme a ti, respirar tu fragancia única y acariciar tu sedoso pelo. Tus cabellos se escurren entre mis dedos. Todo fue tan repentino, cuando todo iba bien acabó, así, tan de repente...
Al fin he comprendido que hago aquí. Mi destino es velar por ti. Ya se por que bajo cada noche de entre las nubes, ya nunca podré olvidarte. Nadie sabe todo lo que has sufrido por amarme. Pero ya nada tienes que temer, siempre estaré junto a ti. |