Tras veinte años de trayectoria ascendente y expediente sin mácula en el banco; Luis había sido llamado al orden y apercibido por el inspector de zona de su despido inmediato, si es que no cambiaba de formal radical su actitud…
La verdad es que, de un tiempo a esta parte no era un director de banco al uso… A sus cuarenta y cinco años empezó un buen día a vestir chupa de cuero con incrustaciones de clavos, pantalón de la misma gama, bien ajustados, marcando paquete, y alguna camiseta de grupos de rock combativos.
Se había rapado el pelo dejando en el centro una gran cresta que pintó de azul; había colocado seis piercings en las cejas y barbilla, mas uno en la lengua. Sus orejas lucían seis aros cada una y se hizo tatuar un gran tribal en el cuello.
Completaba su indumentaria con unas botas de cinco hebillas tipo “Destroy”.

Todo empezó cuando una mañana al salir de la ducha, reconoció en el espejo al hombre que más había odiado en la vida, su padre.